domingo, 5 de junio de 2016

La calita de los gatos.

Con un escueto bikini de ganchillo, amarillo chillón y unas plumitas sujetas a los tirantes, la abuela ha entrado en el mar dando gritos. En parte porque el agua estaba fría y porque, si no da espectáculo para que la mire todo el mundo, no es felíz. - ¿No tenías un bikini menos... provocativo, abuela? - Se miró de arriba abajo, como si descubriera por primera vez aquella mínima expresión de encaje que le ¿cubría? una muy pequeña parte de su anatomía. - "Si es de ganchillo... ¿qué tiene de malo el ganchillo? ¡¿Cómo vas a encontrar novio con ese cerebro puritano que tienes?!" 

Andresito no nos ha acompañado pero sí la Cotilla... y Pascualita. Hemos ido a la playa de los gatos. Buen sitio para llevar una sirena, le he susurrado a la abuela. Pero no se ha dado por enterada.

- ¿Por qué no ha venido el abuelito? - "Ha dicho que tenía que recibir a una visita que viene de Londres?" - ¿Quién es? (preguntó, interesada, la Cotilla) - "¡Y yo qué sé! - Yo me hubiese quedado para averiguarlo. - "¡Claro. La Cotilla eres tu!" - ¿No te pica la curiosidad? - "No. Hale, vamos a nadar" - Las dos amigas se metieron entre las olas y a partir de ese momento, nadie estuvo ajeno al escándalo que montaron. Por supuesto, ni me arrimé a ellas ¡Que vergüenza!

Cuando volvían a la arena, el termo de los chinos que colgaba del cuello de la abuela estaba abierto. ¡Oh, no! Le hice señas desesperadas para hacérselo notar y me enseñó una pequeña bolsa de rejilla que llevaba en una mano. ¡La rejilla de acero! Menos mal que no ha perdido del todo la cabeza porque allí estaba Pascualita, bastante relajada después del baño.

Nos dormimos sobre las toallas tomando el sol. La abuela y yo llevábamos protección solar 50. La Cotilla se embadurnó con aceite de oliva de arriba abajo. Me despertaron sus gritos. Toda la colonia de gatos que viven en esa calita, estaba a su al rededor y los más valientes lamían aquel cuerpo que olía a ensalada. - ¡Quitádmelos de encima! ¡Me quieren comer! - La abuela, incomodada por la escandalera, me ordenó: - "¡Dile que se calle!" - Lo que hice fue saltar sobre un gato blanco y negro que, a la chita callando, se llevaba la bolsa de rejilla con la sirena dentro. Había olido "el pescado"

Lo perseguí por las rocas, por la arena, por el Paseo Marítimo que está al lado. El gato, ni se rendía ni soltaba su presa. Le tiré una piedra y el marramamiau fue apoteósico. Inmediatamente fui abordada por turistas e isleños amigos de los animales que me pusieron a parir. Pasé de ellos y acabé acorralando al minino contra las rocas.  Entonces se le erizaron los pelos y sacó uñas y dientes y me atacó. Fue una pelea desigual en la que el gato era el bueno de la película y yo algo así como Fumanchú.

Acabé en Urgencias. La abuela, desde lejos, jaleaba al jodío gato. Pero en cuanto vio que yo tenía en la mano la bolsa de rejilla, la cogió. Los municipales me detuvieron por maltrato animal, aunque lo pospusieron para más tarde. Primero me llevaron a curar. No quedaba ningún trocito de mi cuerpo sin arañazo. Desde la camilla escuché a la vecina diciéndoles a los guardias: - Parece boba pero tiene un genio terrible. ¿A ver qué le había hecho el pobre animalito? - La abuela también puso su granito de arena. - "Unos días en el manicomio le vendrán bien. Es que, como no hay manera de que encuentre novio, mi nieta tiene una ansiedad que la lleva a mal traer. Y menos mal que le ha dado contra el gato, peor hubiese sido que me hubiése atacado a mi" - ¿Lo ha hecho alguna vez? - "Verá, es mi nieta y no quiero hablar mal de ella pero... si"

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