viernes, 22 de julio de 2016

La discusión.

No me ha quedado más remedio que contarle a la abuela la intención, delictiva a todas luces, de raptar mayordomos ingleses para trapichear con ellos cuando escaseen en Europa. - Y te quitará a Geooorge. - "Lo que me preocupa es que me deje fuera del negocio" - ¡Abuela! - "Cuando me la eche a la cara se va a enterar." -  ¿Así que Geooorge te importa un bledo?

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! - "¡Egoísta!" - ¿Qué te ha contado la lianta de tu nieta? - "Qué me has robado la idea de sacar provecho de los mayordomos genuínos" - ¿Tú idea? No te tires faroles. Es una genialidad mía de la que estará muy orgulloso mi gurú Luis Bárcenas cuando se lo cuente. - "¡¡¡ES MIA!!!" ... - La discusión tenía visos de durar eternamente y no llegar a ningún puerto. Así que aproveché para coger a Pascualita y colocarla en mi escote para que viera una conversación de besugos. Cualquier motivo es bueno para que la sirena aprenda como somos los humanos y poner en práctica, cuando vuelva a su hábitat, lo que crea más conveniente... ¿Tendrán mayordomo las sirenas?

Pero Pascualita no aprendió sino que atacó. La muy jodía, viendo el acaloramiento y los gritos que iban subiendo de intensidad entre las dos viejas, creyó ver una agresión contra su amiga y la "defendió" a mordiscos contra lo que tenía más cerca: Yo.

El dolor me hizo saltar, gritar, llorar, correr al rededor de la mesa del comedor... hasta que logré arrancarla de mis pechos de un fuerte tirón. Hice molinete con el brazo y la lancé lo más lejos posible. Mientras "volaba" masticaba el pedacito de carne.

La abuela y la Cotilla aparcaron la discusión para ver mi loca actuación. - ¿Qué le ha hecho tu nieta... al fantasma de su abuelito? (a la Cotilla le tembló la voz de miedo)

La Cotilla dio un alarido: la sirena se había estampado contra su culo, donde clavó sus dientes para no caer. Y mientras yo bebía, una tras otra, varias copas de chinchón, la vecina me imitó en saltos, lloros y carreras.  No me quedó más remedio que acudir en su ayuda arrancándo al bicho de un tirón seco. Después volví a lanzarla. Esta vez la sirena salió por la ventana aterrizando en las ramas del árbol de la calle.

La abuela dió un respingo: - "¡Ya estás tardando en ir a buscarla!" (me gritó mientras me quitaba la botella de chinchón de las manos y se la daba a la Cotilla)

Al llegar al portal ya no me veía los pies. Mi volumen pectoral amenazaba con doblar el de Yola Berrocal. Afortunadamente Pascualita estaba en las alturas. Vi como caía, de rama a rama, cuando el señor Li apareció a mi lado. Sus ojillos oblícuos no se apartaban de mi. - ¡Oh, sel milaglo! ¿Qué comel tu? Yo complalte leceta... - No estaba para cuentos chinos. Empujé al señor Li con un golpe de pecho. Trastabilleó y chocó contra Bedulio que estaba haciendo su ronda por el barrio. Mientras, Pascualita cayó y la escondí en el bolsillo. Salí corriendo escaleras arriba. El jersey me quedaba tan estrecho que le saltaron las costuras. Un vecino con el que me crucé lanzó un silbido de admiración.

La Cotilla, borracha perdida y sentada de lado por la diferencia de tamaño entre un lado y otro de su trasero, roncaba plácidamente. La abuela hablaba por teléfono: - "Cuidado con la Cotilla, Geoooorge. Sé de buena tinta que quiere raptarte. Fíate solo de mí que soy la que te pago..."











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