lunes, 12 de septiembre de 2016

Los sicarios.

La Cotilla ha entrado en casa con nocturnidad y alevosía, así que puedo llamar a Bedulio y denunciarla... No sé qué hacer... ¡¿Por qué soy tan insegura?!... Sería una manera de quitármela de encima durante unos días. En el cuartelillo le darían de comer gratis y si le gustara el menú, no querría salir de allí... Claro que los municipales no aguantarían mucho tiempo a la vecina... ¡Vaya! esto es como la pescadilla que se muerde la cola. Mejor dejo las cosas como están y no le doy ningún disgusto al pobre Bedulio... ¿o sí?

Todo esto lo piensaba mientras la Cotilla lleva un rato espiando la calle a través de las cortinas. - ¿Se puede saber que pasa? - ¡Chist! No grites, boba de Coria. Nadie tiene que saber que estoy aquí. - ¡Oiga! a mi no me meta en sus trapicheos. - La culpa es de tu abuela que se quedó con el dinero del señor Li y después no quiso darle a Pepe. - ¡Que buena jugada! jajajajajajaja Ha dicho que nos invitará a una mariscada con esos euros. - No creo que lleguemos a comerla porque antes, nos rebanarán el cuello. - ¡Que exagerada! - Si no me crees ¡mira!

Aparté un poco la cortina y vi a dos hombres orientales bajo la farola encendida, mirando para casa. - ¡Que ilusión! (grité) Vienen a darme una serenata, Cotilla. Nunca me habían cantado unos chinos. - No eres más tonta porque no te entrenas ¡Esos no cantan! Quieren que cantemos nosotras. - ¿Ah, sí. A palo seco? No sé si me saldrá...

- ¡Son gansters, mujer! - Hummm... Esto ya no me gusta. - No sé qué hacer para que se vayan. - Entréguese y que salga el sol por Antequera. - ¿Yooooooo? Menuda solución. - Usted tiene toda la culpa ¡por avariciosa y tramposa! Quería darle gato por liebre al pobre señor Li. Fue usted quién pintó de amarillo a la cabeza jivarizada ¡ y quién le pegó la coleta! - ¡Pero tu abuela se quedó el dinero!

Mientras la Cotilla no les quitaba ojo a los supuestos sicarios de la acera de enfrente, yo desayuné con Pascualita en la cocina. Desde que se tiró de morros en la taza vacía parece haber aprendido la lección. Esta vez se ha metido lentamente y se ha bebido el cola cao sin tirar ni una gota sobre la mesa. Después ha reptado hasta el frutero, se ha subido ¡y tirado en bomba dentro de mi taza! ¡La madre que la parió!

Al oír mis gritos, la Cotilla a venido corriendo, blanca como la pared, pensando que otros chinos habían entrado sin que nos diéramos cuenta. Tuve el tiempo justo de lanzar a Pascualita a la pila de fregar que, aunque poca, tenía agua suficiente para no estrellarse. - ¿Por qué gritas, idiota? - ¡Porque estoy en mi casa!

Una hora después seguíamos en las mismas, solo habían cambiado los vigilantes. Los primeros se fueron a dormir. Y mientras la Cotilla lloriqueaba en la salita, después de intentar varias veces hablar con la abuela sin que Geoooorge se compadeciera de ella (Madame, dormir. Mi no despertar.) yo las estaba pasando canutas intentando que Pascualita volviera a la vida. Había estado a punto de ahogarse ¡en agua dulce!

No me quedó más remedio que hacerle el boca a boca ¡puag, que sabor a pescado se me quedó en el paladar! - La Cotilla entró en la cocina buscando la botella de chinchón. - ¡Que haces con ese bicho asqueroso! - ¡No llame así al ánima de mi abuelito que se cabreará! - Antes de terminar la frase, escuché el portazo de la puerta de la calle. La Cotilla prefirió enfrentarse a los chinos del señor Li antes que a ¡mi abuelito! jajajajajajaja

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