sábado, 17 de diciembre de 2016

La abuela me viste.

Ayer estuve en una cena navideña de empresa. Cuando le conté a la abuela que iba a ir dijo que era la ocasión ideal para encontrar un padre para su biznieto y se presentó en casa con el rolls royce lleno con su ropa y complementos. - "Pruébate todo ésto" - No hace falta. Me he comprado un vestido. - "¿Dónde. En la tienda del señor Li?" - Sí. Tiene cosas muy monas. - "Con una cosa "mona" no se fijará nadie en ti. Debes estar espectacular. Que sigan recordándote hasta la próxima cena."

¿Cómo no me iban a recordar si nos veíamos todos los días en el trabajo? De todas maneras no me hizo ni caso y me pasé la mañana quitando, poniendo, descartando la montaña de ropa que había traído... Después estaban los zapatos. - ¿Los estilettos vienen acompañados de muletas? Con ésto no se puede caminar ¡si me caigo de ésta altura, me mato! (protesté) Media hora después, logré andar por el pasillo como un pato mareado y apoyándo una mano en cada pared. Pero no se dio por satisfecha y me tuvo media hora más, arriba y abajo, consiguiendo, al final, que no me sujetara a nada.

La siguiente hora la dedicamos a perfeccionar los andares: enderezar las piernas, enderezar los pies, enderezar la cabeza. Contonear las caderas con gracia, más gracia, muuuucha más gracia - "¡¿Dónde tienes la gracia, boba de Coria?!"

Dos horas más tarde dijo que me dejaba por imposible. Solo entonces pude bajarme de los altos tacones y despatarrarme en el sofá... El recreo duró un cuarto de hora y el martirio empezó de nuevo ¡Había que vestirse! Descartando un montón de ropa porque - "¡Que mal hecha estás, nena! Nada te queda bien."

Acabé con una escueta minifalda llena de canutillos de cristales de colores y lentejuelas. Top rosa fosfi. Los altísimos zapatos. Abrigo de piel de mono sintética, amarillo y verde cual perejil. Después me maquilló y peinó. No dejó que me mirara en el espejo- "¡Será una sorpresa!" (dijo) - Y por poco me da un soponcio. Los colores de mi cabeza hacían juego con la ropa.

Admiró su obra y no quedó satisfecha. - ¡Que mal te cae la ropa!. Parece mentira que seas mi nieta. - Entonces recurrió a la más rastrera de las opciones. Trajo a Pascualita, a la que despertó bruscamente, la metió dentro del top y la aplastó con la mano. La pobre sirena echaba chispas por los ojos y entonces ¡MORDIO!

Una y otra vez, justo dónde la abuela le indicó. En un santiamén, mi enjuto pecho se convirtió en un espectacular busto. Entonces sonrió satisfecha. - "¡Ahora te queda bien la ropa!" - Yo estaba exhauta después de las carreras, saltos y brincos, gritos y lloros que había dado. Tuvo que retocarme el maquillaje. Camino de la escalera me miré en el espejo del recibidor ¡iba pintada como una puerta! Estoy segura que se acordarán de mí todo el año porque, para calmar el dolor del veneno, en la fiesta fui la reina del chinchón hasta que llegué a un punto en el que la realidad se confundió con los vapores etílicos y a partir de ahí no recuerdo nada más.

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