domingo, 4 de diciembre de 2016

Una historia de la abuela.

Finalmente, las luces navideñas pudieron encenderse y el Espíritu Navideño sobrevoló sobre los mallorquines de buena voluntad... menos la abuela y la Cotilla. Ahora están desoladas por si se presentan ante ellas los espíritus de sus Navidades pasadas y futuras.

Andresito no entiende el desasosiego de la abuela y su amiga, tampoco yo pero como tienen una vida taaaan larga, a saber las perrerías que habrán hecho en ese tiempo. La única manera de saberlo es preguntando. - "¿A qué viene tanta preocupación por el pasado? ¿Os cargásteis a alguien? - ¡Quita, quita! siempre estás malpensando"

La abuela no soltaba prenda, de modo que le pregunté a la Cotilla un día que, sentada en la salita, daba cabezadas delante de la tele. - Menudas piezas debieron ser usted y la abuela en sus años mozos. - Déjame dormir, boba de Coria.

Como el plan A no dio resultado, puse en práctica el plan B. La primera mañana que la abuela vino a desayunar a casa nos sentamos, como siempre, en la cocina. Pascualita saltaba en su taza de cola cao poniéndolo todo perdido con gran jolgorio por parte de la kika que se revolvaba en lo derramado. - "La has maleducado..." - Si le contaras historias dejaría de hacer el gamberro. - Sorprendentemente, me hizo caso.

- "Pascualita, escucha - La sirena  y la kika atendieron. -  "En la iglesia de mi barrio había unos bancos que se abrían como un baúl. El cura los usaba para guardar cosas, yo para esconderme dentro. El día supe que la Cotilla estaba interesada por un chico que tenía menos espinillas que los demás, decidí quitárselo, como siempre ¿Te das cuenta como mi nieta no se me parece en nada? Ella comentó que lo llevaría a la iglesia para engatusarlo haciéndole creer que era tan religiosa como la familia de él. Ese día me escondí en el banco-baúl a esperarles. Pero me dormí y esa noche todo el barrio me buscó.

- "Me desperté de madrugada. Abrí la tapa y me encontré sola y medio a oscuras. Las imágenes de los santos me atemorizaron y corrí hacia la puerta ¡pero estaba cerrada con llave! Entonces subí hasta el campanario. No veía nada. La cuerda de las campanas me rozó la cara y la lechuza que anidaba allí ululó como un alma en pena. Grité y grité muerta de miedo. Agarré con fuerza la cuerda y tiré de ella con energía. Las campanas tañeron y las ventanas de las casa se iluminaron. La gente salía corriendo a la calle gritando: ¡Fuego, fuegooooooo!

"Minutos después llegaban los bomberos, la policía, ambulancias y más vecinos. Todos desconcertados porque allí ni había llamas, ni humo, ni olor a quemado. Entonces dijeron que algún guason tocaba las campanas. ¡Si me encontraban me lincharían! Corrí escaleras abajo y me metí de cabeza en el banco-baúl y esperé.

"Pasó más de media hora hasta que dejé de escuchar voces y abrí la tapa. Salí cubierta con una sotana porque tenía frío. Uno de los bancos crujió... Cogí un cabo de vela encendida e iluminé mi cara desde abajo. ¡La Cotilla y el guapito estaban contando el dinero que acaban de sacar de los cepillos! De repente me vieron y creyendo que era una aparición corrieron despavoridos. A él lo acorralé contra un confesionario - ¡Quieto, león! soy la santa Tía Buena. Vente conmigo que te enseñaré latín. - La Cotilla, al reconocerme, se enfadó - ¡Voy a chivarme a tu padre! - Te guardarás de hacerlo como de mearte en la cama, Cotilla - La amenacé señalándola con el índice mientras con la otra mano retenía al noviete que no oponía resistencia porque ya lo tenía en el bote. Y así fue como, una vez más, la Cotilla se quedó sin novio. A mi tampoco me duró mucho porque su padre, enterado de casi todo, lo metió interno en el Seminario. Ahora es cardenal."    

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