domingo, 5 de marzo de 2017

¡Que disgusto más grande!

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa - La Cotilla ha llegado a casa descompuesta. Traía la cara desencajada, los pelos como escarpias, incluídos los de la berruga igualita a la de la Infanta Cristina y que tanto juego le dio cuando era jovencita .Tenía toda la pinta de haber sido atropellada por un tranvía, si los hubiera en Palma... que no es el caso. La cuestión es que corrió a por la botella de chinchón y se amorró a ella.

- ¡Respire que le va a dar algo! - Tengo un disgusto grandísimo ¡Que desgracia tan grande, pero grande, grandísimo! - ¿Debo preocuparme? - No tengo ni idea, boba de Coria. - Pues con ésta respuesta no sé a qué carta quedarme. Con lo tranquila que he empezado el día y viene usted y me lo fastidia. ahora mismo estoy en un sinvivir por su culpa.

- "¿De qué habláis?" - ¡Aaaayyyyyyyyyy! menos mal que has venido porque tu nieta no vale ni para consolarme del disgusto tan grande que tengo. - ¡No le hagas caso, abuela! tiene más cuento que Calleja ésta mujer!

Las dejé solas con sus misterios y chaladuras. Un rato después cantaban a pleno pulmón Asturias, patria queridaaaaaaa - ¡Ya se han terminado la botella de chinchón éstas dos!

Estuve mirando un reportaje sobre el fodo del mar, de la 2,  junto a Pascualita, colocada para la ocasión, en mi escote. El cuerpo de la sirena se puso tenso y toda su atención se concentró en la pantalla del televisor. De repente salió un calamar y Pascualita saltó como un resorte, estrellándose contra la pantalla. Quedó en el suelo, conmocionada. No podía dejarla allí porque la Cotilla podía aparecer en cualquier momento. Entonces tuve un segundo de inspiración aprovechando que la sirena no se enteraba de nada.

Fui a por una bandeja de horno, y preparé a Pascualita para ser asada. Con sus patatas panadera, verduras cortadas y puestas en derredor del bicho, su chorrito de aceite de oliva, sus hierbas aromáticas... Entonces me hice selfis con ella. Solo abrió los ojos cuando la rodeé de cebolla cortada en juliana. Lloró. ¡Pascualita, lloró! Fue emocionante y me uní a ella en su llanto porque nunca he soportado la cebolla.

Dispuesta a enterarme de cuál era la causa de la desgracia que asolaba a la Cotilla, entré en la salita. Lloraban a moco tendido mientras ojeaban el periódico. - ¿Qué pasa? - "¡Pobre yate!" - La foto mostraba un súper yate que se había estrellado contra las rocas por la tormenta de anoche, destrozándolo. - ¿Era vuestro? - Sabía la respuesta. - ¡NO! - ¿Entonces? - "¡Pero podría haberlo sidooooooo!"

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