jueves, 27 de abril de 2017

Una cabeza jivarizada... ¿tiene alma?

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! - La Cotilla entra en casa frotándose las manos - ¡Por fin ha llegado el frío!... ¿Y ahora qué? Pues todos cabreados. A buenas horas viene el frío, cuando todo el mundo ya ha guardado la ropa de invierno en los altillos de los roperos y ha tirado a los contenedores lo que no quiere para el año que viene. - Pero usted parece contenta. - ¡Claro! ahora estoy vendiendo lo que otros tiraron en cuanto los rayos del sol calentaron.

- ¿Usted sabía que pasaría algo así?. - No, pero tuve abuela y ella decía que, hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo. - Siempre he encontrado tonto éste refrán ¿40 de mayo? eso sería en tiempos de los romanos porque nunca he visto un calendario con esa fecha... en cambio un febrero con 29 días, si - ¿Le has dicho esto a tu abuela? - No... ¿por qué? - No lo hagas. Saber que eres aún más tonta podría provocarle un síncope. - ¡Ay, Cotilla, déjeme en paz!

Cuando se ha ido la vecina a sus trapicheos, Pascualita y yo hemos desayunado cola cao calentito. Yo me he tomado el mío y ella ha esparcido el suyo. Las salpicaduras han llegado hasta el estante donde está Pepe, la cabeza jivarizada. Es un santo este hombre. Nunca se enfada. Y eso que Pascualita saca a cualquiera de quicio. A veces, dependiendo de las luces y sombras, creo que Pepe me guiña un ojo... a pesar de que no tiene. ¿Será eso un flash de lo que fue en vida? ¿Sería un don Juan? ¡Claro, por eso se lo cargaron los jívaros! Intentaría seducir a la mujer, o a la hija, o a ambas a la vez, del Jefe de la tribu y perdió la cabeza en el intento... también el volumen porque lo dejaron esmirriado al pobre... O tal vez tenía mala voz e intentó dar un concierto cuando la gente estaba hasta las cejas de licor y no les sentó bien que cayera el diluvio en plena fiesta.... No sé. Creo que iré a visitar a una vidente para que me ayude a entrar en contacto con el alma del llavero... digo, de Pepe.

Sin darme cuenta de lo que hacía, he puesto a Pepe en la mesa de la cocina mientras mis pensamientos vagaban por las selvas de Nueva Guinea Papúa. Pascualita, que quiere mucho a la cabeza jivarizada, se ha lanzado a por él con los dientes de tiburón por delante y le ha dado una dentellada que, de haber tenido naríz, se la hubiera arrancado. - ¡¡¡Pero cómo se puede ser tan burra!!! - Enfadada, la he cogido por la cola y la he tirado al acuario... he fallado por muy poco y se ha estampado contra el espejo del aparador. Y allí se ha quedado mientras yo devolvía a Pepe a su estante. Unos golpes contra el cristal han hecho que me girara. La escena ha sido espeluznante. La fiera corrupia de Pascualita, con los pelo-algas tiesos como raspas de sardinas, los ojos de pez desencajados, el color de su piel más morado-verdoso que nunca y los dientes golpeando el espejo, me han dado a entender que se ha visto en el espejo y se ha llevado un susto de muerte. Y ahora quiere acabar con "el enemigo"... Voy a por el chinchón porque este horror no se puede aguantar sin ayuda.


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