domingo, 14 de mayo de 2017

El pollo.

La abuela y la Cotilla aún se están riendo de mi y me han regalado un pollo vivo y un montón de ajos tiernos. - "Dale unos cuantos cada día y acabará siendo un pollo al ajillo, vivito y cacareando." - Menos guasa. - ¡Aún estoy borracha  por culpa del mejunje que me pusiste en el plato! (a la jodía de la Cotilla le gusta zaherir)

El cachondeo siguió mucho rato, hasta que me harté, metí a Pascualita en el termo de los chinos y salí a caminar por la ciudad. Fue como el bálsamo de Fierabrás. Sentada en un banco del Paseo Marítimo, lejos de la Torre de los abuelitos, contemplando el telón de fondo medieval, con la catedral a la cabeza, me olvidé de las dos pesadas que dejé en casa, del pollo y de todo lo que no fuera llenarme los ojos de belleza y de mar.

Pero tuve que regresar pronto porque la fiera corrupia de Pascualita, al ver tan cerca su hábitat natural, se puso como loca, queriendo saltar del termo, lanzando mordiscos a diestro y siniestro, llamando la atención de las gaviotas que comenzaron a concentrarse a medio metro de mi. Me sentí como la protagonista de Los Pájaros y me dije - ¡Es hora de salir de aquí por pies!

Mientras corría por las estrechas callejas del casco antiguo, las gaviotas pasaban sobre mi cabeza en vuelo rasante, las muy jodías. Empujé a la sirena termo adentro con ayuda del tapón y lo cerré.

Alguien, al verme correr como alma que lleva el Diablo, me preguntó si era una rezagada de la  Maratón - ¡Sí, de los Juegos Olímpicos de Londres! (grite de malos modos) - ¡Encima de torpe, maleducada! (me contestó la pardala, poniéndose a correr a mi lado) - Al final tuve hacerle la zancadilla ¡No iba a dejar que me ganara!

Llegué a casa jadeante, con las piernas temblorosas por el ejercicio y un terco acompañamiento de gaviotas voraces. - Una pareja me señaló - ¡Mira, debe ser una alto cargo del PP!

Caí despatarrada en la butaca de la salita, lanzando un largo suspiro. Un rostro ceñudo me miraba, severo ¡La Madre Superiora de los Amigos de lo Ajeno, Marta Ferrusola! - ¡¡¡COTILLA!!! (llamé pero nadie me contestó)

Saqué a Pascualita del termo medio asfixiada. La cogí, con dos dedos por la cola, para lanzarla al acuario. Estaba tan cansada que me dio mucha pereza dar esos pocos pasos. Balanceé el brazo y entonces, salido de la nada, el Pollo al Ajillo. Vino corriendo, diciendo - ¡CO, CO, COCOCOCOCOOOOOOOOOOOOOO! - y saltó a por la sirena. Tuve tiempo de desviarla un poco pero ella, que es más rápida que el viento, hincó sus dientecitos de tiburón en uno de sus muslos y el cacareo subió de tono muchos decibelios.

Ahora duermen los dos. Al Pollo tuve que darle chinchón para que olvidara el dolor y a Pascualita, para no ser menos, también. Y yo llevo un rato mirando ese enorme muslo de pollo que, hecho en
pepitoria, nos lo podríamos comer entre los abuelitos, la Cotilla y yo y aún sobraría algo para la cena.

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