martes, 20 de junio de 2017

Desayunando juntas.

Me ha despertado el aroma inconfundible de ensaimadas recién hechas. Pero no solo a mi porque, al pasar por el comedor camino de la cocina, he visto a Pascualita asomada al borde del acuario, con los ojos como platos, husmeando el aire.

La cogí sin aminorar el paso. Hace ya días que no desayunamos juntas debido al tráfico de personas que circulan por casa desde que los abuelitos alquilaron la Torre del Paseo Marítimo a guiris ricos. Tanto Pascualita como yo, de éste negocio solo sacamos inconvenientes aunque la abuela lo llame egoísmo.

Sentados a la mesa de la cocina estaban todos, así que metí a Pascualita en el bolsillo de mi bata, cosa que no le hizo ni pizca de gracia e intentó clavarme los dientes en el muslo. Por eso caminaba haciendo pequeños quiebros cada vez que sentía cerca el filo de sus dientes de tiburón. - ¿Por qué camina así tu nieta? (preguntó la Cotilla) - "Será un baile de moda o es que es más tonta que ayer pero menos que mañana." - Va a ser eso.

Acostados sobre la encimera, la Momia y mi primer abuelito que, por cierto, era un guayabo cuando lo finiquitaron, estaban a lo suyo. Protesté airadamente. - ¡¿En la cocina también?! ¡Abuela, diles algo! - "Déjales que disfruten ¿No sabes que la cocina es uno de los lugares más eróticos que hay? Tienes que ver la película El cartero siempre llama dos veces, boba de Coria." - ¿Erótica? ¿Llena de olores a cebolla, ajos, frituras, hervidos, el agua del fregado, el cubo de basura... ¡Abuela, por favor! - Que cruz tienes con ésta nieta (remachó la Cotilla) Pues buenas faenas he hecho yo en la cocina en mis tiempos. - ¡Ande, no me cuente historias para no dormir! - Que mal educada la tienes (protestó la vecina a mi abuela)

Poco a poco se fueron marchando a sus tareas, incluso la pareja feliz salió en busca de otro rincón donde seguir desfogándose... Su marido fue un hueso y un beato de armas tomar, por eso la pobre bisabuelastra floreció al enviudar. Y bien que se ha resarcido de aquellos largos años inquisitorios. Gracias a mi abuela conoció cosas que ni imaginaba y le gustó, pero se tomaba las cosas con calma hasta que un día, revolviendo un cajón encontró en un sobre unas fotos de su marido con unas tías a las que se les olvidó vestirse. A la pobre Momia le dio un soponcio.

A partir de aquí se quitó el luto que ella pensaba llevar hasta el último día de su vida y se puso el mundo por montera. Recuperó el tiempo perdido con creces; es una feminista convencida y no le hace ascos a nada. ¡Ni siquiera a un fantasma!

Al quedarnos a solas preparé dos cola caos, le di un trozo de ensaimada a Pascualita que, feliz, saltó una y otra vez en su taza hasta dejar la cocina chocolateada. Estaba tan contenta que se lanzó a mi taza pero pude quitarla a tiempo y se dió en los dientes con el plato.

Cuando, después de dejarla en el acuario, se deslizaba aguas abajo para esconderse bajo la arena del fondo, me hizo la señal de Ok con sus deditos. Estaba dolorida pero contenta. Lo celebré echando un buen chorro de chinchón al agua y yo, para no manchar copas, lo bebí a morro.

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