lunes, 10 de julio de 2017

Mañana de playa.

Estamos en el tiempo de botijo y abanico y lo que más me apetece es tirarme de cabeza al mar pero con tanto turista invadiendo todos los rincones de la isla, es peligroso hacerlo. Para rematar la "invasión" ha llegado otra que, espero, sea muy efímera: tintoreras a la bahía de Palma. ¿Qué hacen aquí? Podría pensarse que, ante la proliferación de individuos en estado etílico lamentable, los bichos hayan decidido "probarlos". Ya están adobados y todo a base de trasegar alcohol de la mañana a la noche.  Pero no. Ha dicho un sabio Salomón (no puede ser otra cosa) que una tintorera nunca atacará a un turista.

¿Qué ha querido decir con ésto? ¿Qué las tintoreras son racistas? ¿Es más sabrosa la carne mallorquina como las setas, frutas y verduras que, por ser de aquí, suelen cobrarlas más caras? ... No sé qué pensar...  De todos modos he ido a la playa y ante la duda, me he llevado a Pascualita para que me defienda si una tintorera viene hacia mí con mala idea.

Así que, en lugar de la bolsa de rejilla de acero, le he puesto un pequeño arnés atado a una cadenita sujeta a mi muñeca y nos hemos metido en el mar.

La sirena se ha sentido liberad. La veía disfrutar hasta que se ha dado cuenta de que algo la frenaba y se ha liado a mordiscos contra la cadenita que ha resistido sus ataques.

Un rato después nadábamos tan panchas y como habíamos ido temprano, no había nadie que se fijara en Pascualita. De repente escuché: - ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! - ¿Cotilla? ¿La Cotilla en la playa?  Pues sí. Y estaba dejando bolsa, toalla, sombrilla, nevera, sillita... todo junto a mi pequeña bolsita. -  He dormido aquí para estar más fresca porque hay que ver lo caliente que es tu casa. - ¡Si no le gusta, ya sabe, puerta! (le grité)

Cuando la vi entrar en el mar, con un bañador de los años cincuenta, no me quedó más remedio que meterme más adentro, donde no hiciera pie. La Cotilla no sabe nadar y así no vería a Pascualita. - ¡Oye! ¡Oyeeeeeeeeeeeeeee! - Yo me hacía la sorda para ver si me dejaba en paz. De repente dijo: - ¡Mira, una aleta. Como en las películas!

Pascualita se lanzó a por el hocico de la tintorera que venía tan pancha haciendo la ruta turística de la Bahía de Palma. Y se lió parda.

Hacía tantos años que la sirena no probaba un bocado como aquel que no se pudo resistir. Y entre bocado y bocado, el tiburón salió como pudo del berengenal metiéndose mar a dentro y dejando un reguero de sangre.

Aterrada como estaba no sé cómo pude llegar a la arena donde caí exahusta. De todos modos antes metí a Pascualita en el escote del bañador donde se quedó tranquila saboreando los trocitos de carne que tenía entre los dientes.

Unos ecologistas me pusieron una denuncia, por mal trato animal, porque vieron sangrar a la tintorera mientras estaba cerca de mi. Si lo sé, no me levanto de la cama.

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