viernes, 28 de julio de 2017

No se hablan.

Andresito y la abuela no se hablan ¿y quién paga el pato? ¡Yo! Ahora se han cambiado las tornas: la abuela se ha ido a su casa y él ha venido a la mía. - ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí, abuelito? - El que haga falta hasta que mi mujer me pida perdón por las risas durante el interrogatorio. - Yo también me reí... - Eso no cuenta, tu no eres rica.

Mi gozo en un pozo. Pero no me rendí y llamé a la abuela. - ¿Cuándo le pedirás perdón al abuelito? - "¡Nunca!" - Venga, te paso con él y habláis. - A regañadientes cogió el teléfono - ¿Tienes algo que decirme? ... ¡Vete a hacer puñetas! - Y colgó.

- ¿Qué te ha dicho la abuela para que te pongas así? - Me ha cantado: Ahora que vamos despacioooo, vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras... ¡Esta mujer es imposible!

- ¡Avemariapurísimaaaaa! ¡Hombre, Andresito ¿aún estás aquí? - Y lo que te rondaré, morena (dije yo) Esto no tiene solución, Cotilla. - ¿Qué hay para comer? - ¡Nada! Iremos al comedor social. - Mientras montaré un altar nuevo... - ¡¡¡Cotillaaaaa!!! - Es para el juez del otro día. - ¿El que echaba capotes? - ¡El mismo! - ¿Para qué necesita un altar? - Para que sea el juez que juzgue a mi Luis  Bárcenas y compañía. Mira cuántas velas traigo. - Ni se le ocurra encenderlas con el calor que hace. - ¿Para que están los bomberos, boba de Coria? Además, así matamos dos pájaros de un tiro: apagan el incendio y elijes al padre del biznieto ¿qué te parece? - Siendo así...

Por la tarde no se podía estar en la salita con tanta vela encendida y como no dan ciclistas por la tele, no me entraba el sopor, en cambio la Cotilla roncaba como un cerdo. Aproveché para dejar jugar a Pascualita a apagar velas. Cogí un vaso con agua del acuario, se llenaba la boca y soltaba chorritos con total precisión: un chorrito de agua, una vela apagada. La sirena se lo pasaba en grande y a mi me entraba sueño.

De repente un fogonazo me espabiló. Pascualita escupió y en lugar de apagar, avivó el fuego que saltó, rápido, a las cortinas de la ventana. Tiré de ellas y las pisoteé en el suelo y tuve el tiempo justo de dar un empujón a la sirena y desviar el nuevo tiro. En lugar de coger agua de su vaso, la cogía del mío que era ¡chinchón!

La Cotilla abrió los ojos, sobresaltada, - ¿Qué haces dando zapatazos? En ésta casa no se puede dormir...




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