viernes, 7 de julio de 2017

¡Oído, cocina: Más kleenex!

Finalmente ha venido la abuela a ver la chimenea. - "Así que es verdad..." - ¿Queda bonita, verdad?
- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué te parece la "bromita" de tu primer marido (la Cotilla se dirigió a la abuela como si yo no estuviera) - "Tenemos que hacer algo" - Haced lo que queráis pero la chimenea se queda aquí (mi voz sonó firme y resuelta)

Las dos amigas se reunieron para pensar con una botella de chinchón y dos copas. Empezaron con muy pocas ideas y a medida que el licor mermaba se las notaba más creativas. Por fin alcanzaron un acuerdo. - "Le haremos un funeral como Dios manda: con música, sermones y cánticos. Después colocaremos su foto en la Pared de los Finados y haremos una fiesta en su honor en el Funeral..." - ¿No colgaste su foto, abuela? - "Entonces la cafetería no existía" - ¿Y qué dirá Andresito? - "¿Qué va a decir?" - ¿Y si se pone celoso? - "Si lo hace, el día que se muera pondré sus fotos juntas jajajajaja" - ¡Que jodía jajajajajaja!

Habló con el párroco y concertaron el funeral para el día siguiente. - "La fiesta será mañana por la noche en el Funeral" - ¿Tenemos que ir de negro al funeral? - "Riguroso"

La iglesia estaba de bote en bote. La abuela, Andresito y yo nos sentamos en el primer banco con cara de circunstancias. La "viuda" llevaba mantilla y peineta, minifalda negra, las piernas al aire porque hacía mucho calor. Y se abanicaba con un abanico de plumas de marabú, negras también. Entre los pliegues de la mantilla iba Pascualita - "Para que sepa lo que es esta parafernalia"

Andresito traía cara de funeral. Como había previsto la Cotilla no le sentó bien tanto ringo rango años después de la desaparición del primer marido de su esposa. Yo olía a cebolla. Me había frotado un poco en las manos y, de vez en cuando, las acercaba a los ojos porque consideré que no estarían de demás unas lagrimitas, al fin y al cabo se trataba del funeral de mi primer abuelito.

La Cotilla se sentó en el banco siguiente. También iba de negro riguroso pero con un vestido escotadísimo con el que lucía su espectacular, y efímero, pechamen que era el punto donde convergían todas las miradas masculinas.

Al empezar la misa le oímos decir: - ¡Oh, noooooo! - Nos volvimos a mirar. Sus pechos se desinflaban a ojos vista. Y el vestido quedaba colgando sin gracia alguna. A la abuela le dio la risa tonta. Entonces sonó Paquito el Chocolatero en el móvil de Conchi y siguiendo la costumbre, los socios del Funeral dijeron - ¡Aaaaaaaah!

Nunca he visto un funeral más llorado. Hasta el cura se limpiaba las lágrimas de tanto reír. Pascualita, asada de calor en el termo de los chinos con funda negra, saltó a la pila bautismal y nadó contenta hasta que empezó a ahogarse porque el agua, aunque bendecida, era dulce.

Me tiré a por ella que ya estaba en el fondo dando las últimas boqueadas. La señora que recogía las limosnas en un cestillo, pensó que iba a refrescarme y se abalanzó sobre mi, cuando yo ya me retiraba metiendo a la sirena en mi escote, dio un voltereta en el aire y quedó espatarrada dentro de la pila.

Nunca se habían gastado tantos kleenex en un funeral. Uno de los socios de El Funeral, antiguo Notario, tomó nota y fotografías de todo y lo mandó al Editor del Libro Guinnes de los Records con la esperanza de que el acontecimiento figure en el libro.

El único que guardaba la compostura era Andresito que preocupado, dijo: - Y aún queda mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario