jueves, 13 de julio de 2017

¡Que calor!

Hace tanto calor que apenas he dormido ésta noche. Se me pegaba la sábana al cuerpo. Al principio no me desagradó del todo porque, como soñar es gratis, pensé que me abrazaba un Adonis, agarrado a mi como una lapa pero en cuanto me daba cuenta de que de Adonis nada de nada, me despertaba de mal humor y lanzaba la sábana a los pies de la cama. Una de las veces que hice eso, harta ya de tanto sueño imposible, la sábana salió por la ventana y ahora flamea cual bandera de la paz, colgada de una de las ramas del árbol.

Tampoco dormía Pascualita. El agua del acuario está calentuja. He metido unos cubitos de hielo y le ha dado alivio pero dos horas después se había calentado de nuevo. He solucionado el problema llenando el termo de los chinos de agua fresca, metiendo en ella a Pascualita y marchando de casa en busca de frescor.

No ha sido muy buena idea porque he vuelto a casa chorreando de sudor, con los nervios a flor de piel y la cartera vacía. Pascualita se ha ido metiendo en todos los lugares donde había agua. Por ejemplo: se ha tirado de cabeza a la fuente de la Rambla. Me ha pillado de sorpresa ¡de repente, la sirena nadaba a ras de suelo ¡en agua dulce!

He intentado cogerla y lo que he conseguido es irme de cabeza al pilón. Con el pelo chorreando delante de los ojos, la he buscado al tacto. finalmente la he encontrado, lacia, flotando entre dos aguas. Al salir me esperaba un guardia que, libreta y boli en mano, me ha clavado una multa por "bañarme" en una fuente pública.

Sentada en un banco le he hecho el boca a boca a la media sardina y se ha recuperado.

Caminando a la sombra de los grandes plataneros, he llegado hasta la plaza de la Fuente de las Tortugas. La tapa del termo de los chinos no estaba puesta y la sirena, ávida de frescor, se ha vuelto a tirar. - ¡Oh, no! ¿Quiéres suicidarte? pues házlo en casa y no des el espectáculo, desgraciada. - Tuve que meterme en el agua antes de que Pascualita diera la últimas boqueadas y de nuevo apareció, por arte de magia, el policía con bloc de multas y bolígrafo.

Me aparté de allí lo más rápido que pude y caminé hacia el mar. A los pies del Palacio de la Almudaina se estaba fresquito gracias a la vegetación. Entré a ver a los cisnes que nadan, orgullosos, ante los turistas mendigando un poco de pan, que no necesitan. Les gusta pedir a éstos bichos.

De repente me acordé de que tampoco había cerrado el termo de los chinos y antes de poder hacerlo, la sirena, sudando a mares, saltó al agua dispuesta a refrescarse - ¡Esta también es dulce, atontada!

Esta vez el rescate fue más arriesgado puesto que los cisnes, al ver una vianda nueva, no quisieron que se le escapara. Se ve que están hartos de pienso y de pan. Como fieras se lanzaron a por la sirena escurridiza. Tenía que sacarla antes de que le fallaran las fuerzas y fuera la merienda de los cisnes.

Recibí picotazos por todos lados. Caí de bruces, una y otra vez, en un agua no apta para consumo humano y a pesar de esto, bebí varios tragos muy desgradables forzada por la situación. Con una mano hacía lo imposible para apartar aquellos picos y con la otra tanteaba el suelo buscando a Pascualita hasta ¡por fin di con ella!

Ensangrentada, mojada y asustadoapor los cientos de enfermedades a los que acababa de estar expuerta, coseguí salir del pequeño lago - ¡¿Qué demonios hace?! (la voz enérgica era del policía que ¿me perseguía? toda la tarde) - Un boca a boca (dije) - El hombre me miró perplejo. De repente, una lágrima brilló en sus ojos hasta que se llenaron de lágrimas y reímos con la cintura doblada hasta casi partirnos de risa. Creí que la risa engendraría camaradería pero el policía era muy puntilloso y no me salvé de la multa.

Ahora estamos en casa, con un chinchón on the rock que nos tomamos a medias Pascualita y yo mientras le enseño a manejar la miniatura de abanico que le he hecho siguiendo las directrices de un lumbreras de Educación.

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