viernes, 11 de agosto de 2017

El señor Li

Afortunadamente se han acallado los ecos del llanto de la abuela ¡Que tostón nos ha dado! No le hemos comentado nada pero, hasta Pascualita estuvo de acuerdo conmigo cuando se lo dije, el modelito que se encasquetó para la recepción real no era el adecuado. La falda tendría que haber sido un pelín más larga, por lo demás iba estupenda... Creo que si me dedicara al asesoramiento de moda y estilismo me ganaría bien la vida... modestia aparte.

El señor Li se ha pasado por casa para saber cómo se encuentra la abuela: - Yo sabel que estal decaída pol no fotos en levista. - Parece que se le va pasando el disgusto, gracias por preocuparse, señor Li. - Yo pleocupal polque abuela hacel cloquetas liquísimas... ¿Sabel si abuela molil ya?  - ¡¿Pero qué dice?! - Si molil ya, yo decil que hacel muchas cloquetas pala mi y yo congelal. - ¡Será pesetero el tío! - Yo milal pol negocio chino (y puso cara de no haber roto nunca un plato) - ¡Ande y que le den morcilla! -También intelesal gambas goldas. Buenas pala negocio tienda... ¿Tu tenel?

Cuando conseguí echarlo corrí hasta el acuario. Allí estaba la sirena, mirándome desde el borde, fijamente, con sus redondos ojos de pez. Sentí mariposas en el estómago que, automáticamente, se me encogió de miedo - Pobre Pascualita si un día te encuentra el señor Li. ¡Te comera!

En esos momentos sentía algo parecido al instinto maternal y quise achucharla contra mi pecho. - ¡Aayyyyyyyyyyy, chiquitinaaaaaaaaaa bonitaaaaa! - La sirena se removió, molesta. - ¿No te gusta que te haga cariñitos, cosita? - Por toda respuesta dio un coletazo al tiempo que hundía sus dientecitos de tiburón en mi mano derecha. Aquello dolía horrores. Tiré de ella para quitármela de encima y no me quedó más remedio que arrancarla.

Grité, salte, lloré, berreé, corrí de punta a punta de la casa, finalmente metí la mano en la cubitera pero ya no entró. ¡No cabía! Se había convertido en una mano descomunal. Me quedé con Pascualita en la mano buena mientras ella se relamía después de haberse comido un cachito de mi anatomía. Llena de rabia la tiré contra el acuario donde rebotó y salió disparada por la ventana del comedor, cayendo sobre el árbol de la calle.

Recurrí al chinchón y poco después dormía a pierna suelta. Al despertar unas horas después, busqué a la sirena pero no di con ella y me preocupe. Pensando que había caído en plena acera, bajé a la calle saltando los escalones... de uno en uno. Un hombre que pasaba por allí abrió unos ojos como platos al ver mi mano y se acercó mientras me dedicaba reverencias. - ¡Que m-a-r-a-v-i-l-l-a! ¡La quiero, la quiero! ¿cuánto pide por ella? (le miré sin comprender) ¡La mano, mujer! ¿cuánto pide por ella? - No tengo ni idea... - ¿qué le parece esta suma? (me enseñó un papel y yo quedé turuleta) Acepté y dejé que hicieran un molde de mi mano que ahora preside la entrada de una tienda de guantes.

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