martes, 22 de agosto de 2017

Trapicheos.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! Nena ¿tu planchas mucho? - Procuro hacerlo lo menos posible, Cotilla, así que si quiere que le planche algo lo tiene crudo. - Siempre tan egoísta. ¿cómo vas a encontrar novio siendo de ésta manera? - ¿A qué venía la pregunta? - A que necesito una tabla de planchar? - ¿Cuánto me da por ella? - ¿Ves cómo eres egoísta? Yo hablo de hacer una buena obra... - De eso no ha dicho ni pío. - Pues lo digo ahora. Hay una pobre viejecita, con una pensión tan enclenque que no tiene ni para comprar una tabla de planchar de las normalitas. Si la tuviera podría ganarse unos euros planchando para casas particulares y llegaría, desahogada a fin de mes.

- A mi no me mire que tampoco estoy para tirar cohetes. - Pero has dicho que la que tienes no la empleas. - Casi... he dicho, casi. - Casi y Nada, en tu caso, quieren decir lo mismo. Bueno, entonces quedamos que me la llevo y haremos feliz a la viejecita.

Dio media vuelta, cogió la tabla y salió deprisa, como temiendo que se la quitara. Y esa fue mi primera intención pero después se me apareció la viejecita, delgadísima, encorvada, sin un diente con el que masticar los miserables garbanzos de bote de marca blanca, que solía comer a diario porque la pensión le daba para pocas alegrías... ¡Uf! que llorera me entró, sobretodo al pensar que un día yo pudiera verme así.

Me asomé al balcón pensando que, en el fondo, la Cotilla tenía buen corazón a pesar de pasarse el día  demostrando que era una arpía.

- Mira, Pascualita (le comenté a la sirena a la que sujetaba en una mano y me miraba con ojos distraídos) allí está la Cotilla... ¿la ves?... Está hablando con aquel señor del jersey rosa, un poco ajado ...

De repente, la Cotilla dio media vuelta y entró en mi portal y volvió a salir con la tabla de planchar  y una escoba de esparto. Se lo entregó al hombre y él le pagó. Esperé un ratito y llegaron varias personas más. La Cotilla volvió a mi entrada y siempre volvió con una tabla de planchar y una escoba de esparto, por todo lo cual cobraba un dinerito.

De pronto pensé que había gato encerrado en esos trapicheos , porque de eso se trataba. Corrí escaleras abajo y me di de bruces con la Cotilla. - ¿Dónde está mi tabla de planchar? - Te dije que era para la viejecita... - ¡Ya sé lo que me dijo! Pero todo esto me huele a cuerno quemado. ¿Qué negocio se trae entre manos? - Vendo tablas de planchar y escobas a precio de saldo, para hacer el paddel surf. - ¡La madre que la parió, Cotilla! ... ¿Y la viejecita que no llega a fin de mes es usted, verdad? - ¡Dios mío, que alegría se llevará tu abuela cuando sepa que eres menos tonta que ayer! (gritó, levantando los brazos al cielo)

Estaba tan enfadada que le tiré a la cabeza lo que tenía en la mano... ¡a Pascualita! Y en un momento el cráneo de la Cotilla quedó mondo y lirondo...  Que bien sienta la venganza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario