miércoles, 25 de octubre de 2017

Antropófaga.

He traído sardinas del mercado para comerlas con pimientos fritos y solo de pensarlo se me hace la boca agua. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Vamos a comer sardinas? - Usted no lo sé, yo sí. - Yo también. No soy alérgica a las sardinas. - He traído las justas para mi. - A mi me dijo el médico que necesito fósforo. (y se hacía la sorda)  - Pues chupe una caja de cerillas.

Como siempre, la Cotilla siempre llega en el momento menos oportuno. Se sentó a la mesa después de colocar su cubierto y su vaso. - ¿Y yo? (pregunté) - Si quieres criados, los pagas.

Como se ha convertido en una huéped vitalicia de mi casa, ya no sé si está bien que la mande a freir espárragos.

- He traído unos botes de tomate frito del contenedor del súper. - Estarán caducados... - ¡Eso no tiene importancia! Si caducan hoy, te lo puedes comer hasta medio mes después y eso tirando por lo bajo. - Un día tendrá una desgracia. - Cuando cobres lo que yo, tendrás el estómago blindado de comer lo primero que encuentres.

Discutimos un rato sobre poner o no, el tomate frito en el plato. Llegamos a una solución salomónica: ella se lo pondría y yo no. Tomada la decisión entré en la cocina a preparar las sardinas... - ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah! - ¿Qué pasa? (la Cotilla llegó, asustada) - ¡No están las sardinas! - ¿Estás segura que las has comprado? - ¡Claro! Y eran muy frescas - Habrán saltado por la ventana. Por eso yo cojo las cosas caducadas: esas no se mueven.

Busqué por toda la casa pero no aparecieron. Harta de esperar, la Cotilla se fue a comer al comedor social mientras yo seguía buscando. Fue al pasar por el comedor cuando un destello salió del acuario. Una escama prendida en las algas del fondo se cruzó con un rayo de sol y brilló. Más abajo, Pascualita, con la barriga llena, reposaba en la arena. Los destellos se sucedían cada vez que las escamas chocaban con el sol. Y yo me estaba poniendo de mal café. Di un golpe en el cristal del acuario y la sonrisa sardónica y peligrosa de Pascualita apareció, mostrando entre los dientes una aleta de ¡sardina! - ¡Antropófaga! (le grité)


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