martes, 3 de octubre de 2017

La soledad.

¡Me han dejado más sola que la una! ¡Bien por Pascualita y sus cabreos! Creo que a éstas horas la abuela y Andresito están probándose pelucas en una tienda especializada. La Cotilla se hizo un apaño con una bufanda de mi primer abuelito que encontré en un cajón del cantarano del cuarto que fue de mi abuela y salió de casa, dolorida y clavadita a un hindú. Solo le faltaba la vaca sagrada.

Salvo la abuela, los otros dos no se explican qué les pasó y no seré yo quién se lo diga. De todas maneras, cuando se iban, la abuela se me acercó y muy bajito, me dijo: - "Esta me la pagarás, boba de Coria" - Pero si yo no he hecho nada... - "Por eso" - Ahora estoy preocupada porque de ésta mujer se puede esperar cualquier cosa y ninguna buena.

Ha estallado una tempestad de rayos y truenos, vientos huracanados y lluvia a raudales que corre como un río por las calles. Y estoy sola. No del todo, lo sé, pero con un tiempo así de tenebroso no me apetece que me haga compañía una cabeza decapitada y reducida al tamaño de un llavero. Cuando la luz del relámpago se refleja en la pared de la cocina, veo la sombra de Pepe aparecer de repente y se me pone la carne de gallina.

Me he llevado a Pascualita a la salita donde quedan restos del dichoso altar que montaron las dos viejas amigas el otro día. Los trozos de velas y velones, también se iluminan a la luz de los relámpagos, parecen viejas puntas de lanzas surgidas del barro del campo de una batalla muy antigua. Ahora solo me falta ver a un soldado de las Cruzadas y entonces bajo al bar de la esquina, donde hay gente, aunque tenga que nadar hasta allí.

Pascualita tampoco las tiene todas consigo. Se encoge ante el ruído del trueno y de momento se ha escondido en mi sobaco. No me fio de ella y nos hemos dado chinchón para recobrar el valor. Pero cuesta mucho, por eso he abierto otra botella. Si quiero dejar el miedo atrás debo perseverar. - ¿Está rico? (le pregunto a mi ¿amiga?) y hace la señal de OK con dedos temblorosos.

Me ha parecido que llamaban. Me ha costado llegar hasta la puerta porque el pasillo parecía tener vida propia... ¿Por qué se moverá tanto? ... ¡hip!...

Al abrila, un rayo ha iluminado el rellano de la escalera y ¡allí estaba el Yeti! O su primo ¡yo que sé! con unas greñas que le llegaban al tobillo, apestando a perro muerto, unas uñas enrevesadas de largas que eran. Y dio un paso hacia mi. ¡¡¡Grité, entre hipos, hasta quedar afónica!!! A los dos minutos se presentaron los bomberos. Los vecinos, asomados a los descansillos, también gritaban: - ¡¿Qué pasa. Qué pasa?! - ¿Quién nos ha llamado? (preguntaban los bomberos, muy cabreados) De repente un trueno hizo temblar la finca. Un rayo se había metido en la antena de la televisión y el ruído parecía anunciar el Fin del Mundo. - ¡Maldita sea! (dijo un vecino) se ha cargado la tele y no podré ver el partido.

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