martes, 31 de octubre de 2017

La víspera de todos los Santos.

Han llamado a la puerta y al abrir, me he encontrado con un tembloroso y desmejorado Bedulio. - Holaaaa ¿Qué haces por aquí a éstas horas? - El jefe me tiene tirria o no me mandaría venir a ésta casa en la víspera de Todos los Santos. Así que, ni me mires ni me hables. Toma el sobre con las multas de aparcamiento para tu abuela y ¡Adios!

Antes de que pudiera dar un paso hacia el ascensor, del interior de la casa se oyeron varios ¡CHOF! seguidos. El color desapareció por completo del rostro del Municipal. - A... ay, ay, ay... (dijo sin que apenas se le escuchara) - Tienes mala cara ¿Quiéres un chinchón? - ¡Quiero irme! - Una risa siniestra terminó de ponerle los pelos de punta. - ¡¡¡¿Qué ha sido esto?!!! (estaba desencajado)... ¿Hay alguien contigo...? - Claro ¡TU!

Le faltaban manos para santiguarse. - Entra, hombre. A mi primer abuelito le gustará saludarte. - ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!! -  Y corrió escaleras abajo.

Cerré la puerta y un minuto después entró la Cotilla. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! ¿Qué le has hecho a Bedulio? Por poco me tira al suelo cuando nos hemos cruzado. - Sus miedos paranormales le juegan malas pasadas y como es víspera de Todos los Santos, cualquier ruído lo altera. - Pues si me lo encuentro esta noche lo mismo le da un infarto. - ¿No me diga que se va a disfrazar? No le hace falta.

A la Cotilla no le hizo gracia que le dijera eso y la muy zorra me echó una maldición. - Esta noche no estarás sola en ésta casa. Del Más Allá vendrán a hacerte compañía y ¿quién sabe si a llevarte con ellos? - ¡Ja! Mire como tiemblo jajajajajajajaja

Aquellas palabras se fueron incrustando en mi cerebro a medida que pasaban las horas. Y como, encima oscurece antes por el cambio de hora, la noche llegó deprisa. Me acurruqué en el sillón de la salita, rodeada de pan, sobrasada, agua, leche, pipas, chinchón, danones, etc. etc. Provisiones por si tenía que pasar allí la noche.

Cuando las noticias de la tele se convirtieron, de nuevo, en unitemáticas sobre Cataluña, me invadió el sueño pero, una luminaria fosforescente que salía del comedor, me espabiló. - ¡¿Es usted, Cotilla?! Que sepa que no me da miedo jajajajajajaja - Silencio. La luz se fue desplazando hasta entrar en la salita. - ¡No puedes hacerme nada, Puigdemont! Se que estás en Bélgica, fantasmón! - Silencio. - La luz era pequeña e iba de abajo arriba. Una sonrisa diabólica flotaba sobre ella. Y quién quiera que fuese aquel espectro, venía hacia mi.

De repente supe que debía defenderme del inframundo y lancé a la lucecita verdosa, todo cuánto tenía al rededor mientras gritaba, asustada, - ¡Vuelve a los Infiernos, maldito seas! - Pero nada puede detener a un alma en pena cuando quiere atacarte. Claro que yo no me daba por vencida y lancé patadas al aire, más que para herir, para subir mi autoestima. Y mientras yo daba en hueso, un ¡aaaaaaaaaay! estremecedor llenó el silencio de la casa.

Era la abuela. Cubierta con capucha y capa negras, llevando en la mano una plancha enchufada, cuya lucecita verde brillaba en la oscuridad y a Pascualita en la otra, también con capita y capucha negra. Sus terribles dientes era lo único que quedaba un poco visible en la negrura de la salita.

Ahora estoy un poco mareada por el chinchón que he bebido al verme libre de seres de ultratumba... y por el pescozón que me dio la abuela al patearle la espinilla. 

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