lunes, 20 de noviembre de 2017

El negocio del siglo.

Me da la risa cuando pienso en el cabreo que cogió el señor Li a cuenta de la botella que le regalé al abuelito. Estaba seguro de haber perdido mucho dinero pero los chinos son buenos comerciantes y logró darle la vuelta a la tortilla poniendo un letrero en el escaparate de su tienda anunciando botellas horteras que servían para hacer niños.

Nunca pensé que picara alguien ¡Y vaya si picaron! Las botellas se vendieron como rosquillas. No sé cómo explicaría el método a seguir con ellas. Incluso yo, que sé que todo es un cuento chino, estoy deseando que pasen los meses para ver el resultado de... lo que sea.

Un día se presentaron en la tienda unos inspectores de Sanidad y después de una corta charla, se llevaron todas las botellas que quedaban. Aquello frustró las ilusiones del señor Li y lloró amargamente delante de los inspectores pero estos no cedieron al chantaje emocional y lo dejaron hecho un mar de lágrimas.

Media hora después se puso en marcha Radio Macuto y  la gente siguió comprando botellas horteras. En el gran almacén chino había montañas de ellas. Se dio una contraseña que se cambiaba cada media hora. Y quién quería una botella  debía estar al tanto de ello.

La abuela trajo ensaimadas y desayunamos como en los viejos tiempos: Pascualita, la abuela y yo. - "Lo que está haciendo Li es muy peligroso" - No te preocupes, abuela. Sabrá salir del atolladero. - "Tú tienes la culpa de todo, boba de Coria" - ¿Por qué? - "Por andar por ahí contando sandeces. ¿Cómo va a quedar alguien embarazada por tener una botella cerca?" - "¡Te lo crees hasta tú!"

Pascualita escuchaba atentamente las explicaciones que le dábamos sobre la inseminación in vitro. De repente sus ojos de pez bizquearon y giraron alocados en sus órbitas. ¡La sirena acababa de darse cuenta de que le tomábamos el poco pelo-alga que tiene!

Saltó dentro del acuario para salir a toda pastilla, con los carrillos llenos de agua y nos duchó. Suerte que nos dio tiempo de tirarnos cuerpo a tierra.

En cuanto vio la botella de chinchón, la sirena quedó espectante, luego se tiró de cabeza al agua al ver caer un buen chorro dentro del acuario.


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