martes, 14 de noviembre de 2017

El vendaval.

La serenata de pitos bajo el balcón anunció la llegada de la abuela en el rolls royce cuando más arreciaba el vendaval. Me asomé para verla, agarrándome fuertemente a la barandilla temiendo salir volando.

El viento acabó poniéndome la falda por montera. Estoy segura que, visto desde abajo, fue un espectáculo digno de aplauso pero las pocas personas que pasaban por la calle lo hacían con la cabeza gacha y los ojos medio cerrados para que no les entrara nada en ellos. ¡Es que tengo mala pata!

Geooooorge se bajó del coche y sujetando a la abuela por los hombros, la llevó hasta el portal de la finca. Es que desde que supo lo que le pasó a una amiga de El Funeral, el viento le da miedo.

Le conté la historia a Pascualita que me miró fijamente de principio a fin. Por cierto, el marido está en un dilema muy grande. No sabe si es viudo o sigue casado. La abuela dice que el viento es una excusa que se buscó la mujer para decirle al marido ¡Ahí te pudras! y largarse con un guayabo veinteañero... Estas habladurías no preocupan a la abuela sino la versión oficial del caso: Un vendaval, acompañado de un tornado que vino del mar a la playa donde el matrimonio fue a pasar el día, se llevó por delante todo lo que encontró a su paso: sombrillas, toallas, sombreros, revistas, sillas de plástico, etc. etc... ¡y a la mujer!

Algunos bañistas juraron haberla visto volar por encima de los pinos y marcharse hasta el quinto pino. Esta respuesta interesó a la policía que pensó que ahí tenían un hilo del que tirar para resolver el caso. Pero no fue así porque aún no la han encontrado y ya han pasado veinte años.

En el transcurso de alguna borrachera alguien saca la historia a relucir, ante el enfado del ¿marido-viudo? que está harto de no saber si puede cobrar viudedad o no. Uno de los amigos que viaja mucho con el Inserso, juró y perjuró que vió a la desaparecida haciendo de Santa Ana en la pared de una antigua iglesia de Madrid y que, a pesar de ser una pintura estuvieron un rato hablando hasta que fue a comenzar la misa y tuvieron que dejar la charla.

Cuando volvió a Madrid al año siguiente, a pesar del enfado de su mujer que quería ir a otro sitio, el hombre fue a la iglesia y se encontró con un solar donde estaban montando una enorme grúa. - Preguntó por la iglesia - Se tiró para hacer una torre de pisos de alto copete. - ¿Y el mural de Santa Ana? - ¡A mi que me registren! 

La abuela llegó jadeando. - "¡Pónme un chinchón doble, nena. Celebraremos que el viento no me ha raptado como a otrassssssssssssss" - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Dos para mi también, boba de Coria! - gritó la Cotilla en cuanto abrió la puerta de casa.


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