sábado, 25 de noviembre de 2017

¡Fiesta!

La Cotilla ha venido cargada con más de doscientas bolsas de plástico transparentes. ¿De dónde las ha sacado? - Del súpermercado. - ¿Las ha pagado, supongo? - Supones mal. Son para las clientas. - ¿Y no ha comprado? - ¿Estás tonta? Lo que quiero lo cojo luego del contenedor y me sale gratis. - Buen negocio hace con usted esa gente.

Ayúdame a inflar las bolsas y les metemos dentro una bombillita con una pila. - ¿Y qué se supone que saldrá de éste invento? - Uno de estos globos modernos con luz que parecen medusas. - ¿Y cree que le van a comprar alguno? - ¡Claro que sí! - ¡Eso es tener fe!

Me desentendí del asunto en cuanto me dijo que no iba a cobrar nada por llenarle las bolsas soplando y salí al balcón con Pascualita a ver pasar la vida. De repente el rolls royce de la abuela apareció adelantando a toda pastilla al autobús para quitarle el aparcamiento. El concierto de pitos fue inmediato.

Bedulio caminaba depris hacia el coche mientras Geoooorge le abría la puerta a la abuela que, ha exhibido piernas y botas de charol amarillo canario, al apearse. Le grité para que se diera prisa a entrar en el portal antes de que el Municipal la pillara y le clavara una multa pero con el escándalo, no me oía. Me incliné más y más sobre la barandilla y entonces Pascualita cayó de mi escote al cuello de la camisa de Bedulio.

La sirena, acostumbrada a esconderse, se deslizó hacia la espalda del hombre que al sentir la frialdad de un cuerpo húmedo y de sangre fría, sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo como si se tratase de una descarga eléctrica. E inició una frenética danza, como la de los indios pidiendo a Manitú que llueva en las grandes praderas.

La gente de la calle dejó de prestar atención al problema del aparcamiento para concentrarse alrededor de Bedulio y jalearle el baile que le estaba quedando la mar de aparente.

Bajé a la calle a la velocidad de la luz y estuve atenta al momento en que la sirena se escurriera y  cayese a la acera. Cuando ésto ocurrió y el Municipal dejó de saltar, la gente aplaudió a rabiar y daban vivas al Alcalde que, cercanos ya a la Navidad, animaba las calles con estos espectáculos.

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