La abuela entró en casa como si fuese el Rey Pepet. Revestida con una capa de visón color violeta, que le tapaba muchos por arriba, hasta lo alto de las orejas, y muy poco por abajo porque, a pesar de que las temperaturas han caído en picado, ella no renuncia a enseñar sus hermosas piernas que tanto éxito han tenido durante casi un siglo (lo de SIGLO no puedo decirlo fuerte o me expongo a un pescozón)
Las llevaba embutidas en unos gruesos leotardos plateados que brillaban como diamantes y cegaban a quien tuviese la mala pata de cruzarse con ella. El gremio de Oftalmólogos y de los Opticos, le están muy agradecidos porque, gracias a ella, ha aumentado el número de pacientes que acuden a esos sitios asustados por la repentina ceguera que, aunque dura poco, a los profesionales les sale a cuenta.
- ¿Dónde has comprado los leotardos? - "¿Te gustan? Pues aún no lo has visto todo" (apretó las piernas y los destellos pasaron a ser lucecitas de colores, de arriba abajo. - "¡Es Navidad! ¿Qué te parece?" - Quedé boquiabierta. Esto tenía que verlo Pascualita.
La cogí del acuario mientras dormía una de sus muchas siestas y no le sentó nada bien que la despertara, tal vez por eso, cuando vio tanta luminaria, se lanzó a por las piernas de la abuela que, rápida como el rayo, se apartó y el pobre bicho salió por la ventana cayendo en la copa del árbol de la calle.
- ¡Abuela, sal al balcón e ilumina el sitio, a ver si vemos a Pascualita! - El revuelo de pájaros quejándose furiosos, me indicó el camino que seguía la sirena mientras iba cayendo hacia la acera. Corrí a toda pastilla y llegué en el momento justo en que la Cotilla doblaba la esquina y Pascualita caía en el bolsillo, abierto, de mi bata.
- ¿Qué llevas en el bolsillo? (preguntó sin poder contenerse) - Un pañuelo lleno de mocos. - Y algo más (alargó la mano que retiró cuando le di un manotazo. - ¡¿Oyeeeee?! - Pues no se meta en mis intimidades. Los mocos son míos y no quiero que los manusée. - ¡Que guarra eres! - ¿Yooooooo? ¿Acaso le meto mano a los suyos? - He visto que caía algo. - Una lentilla de la abuela. - ¿Desde cuando lleva lentillas? No me ha dicho nada. (¿noté un punto de envidia en el tono de voz? - Son para presumir, a cuadritos.
La Cotilla miró al balcón y quedó como yo antes, boquiabierta. - ¿Qué clase de Arbol de Navidad has puesto? - Lo compré en la tienda de los chinos del señor Li. La última moda. - ¿No vas a ponerle bolitas y espumillón? - No sé si se dejará jijijijijijijijiji (me estaba entrando la peligrosa risa floja) - ¿Te refieres al Arbol? - Sí. Jijijijijijijiji - ¡Estás tonta, boba de Coria! ¿Cómo no te va a dejar? ¡ - Es el resultado del Progreso cibernético, Cotilla jijijijijijiji - ¡Anda y que te zurzan! - Y siguió calle abajo a reanudar sus chanchullos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario