jueves, 21 de diciembre de 2017

¿San Pepe?... ¿por qué, no?

El año se acaba y yo me pregunto ¿Qué he hecho de bueno en éstos doce meses? Pregunta existencialista dónde las haya ¿He sido productiva para la sociedad? ¿He cumplido mis deseos? ¿He hecho algo importante para mi familia? ¿Para que se sientan orgullosos de mi y me nombren en los anales familiares. Y así, pasados los años, los siglos incluso, al leer la pequeña crónica dedicada a mi buen hacer, los familiares del futuro sientan el pellizco del orgullo al decir: ¡somos parte de ella!

Hay que ver el hambre que da pensar en cosas sesudas. Menos mal que la Cotilla se dejó un paquete de magdalenas del contenedor del súper y me lo he comido con tres cola caos: los dos primeros se los bebieron las magdalenas de resecas que estaban. También Pascualita quiso su ración. Ella se las come tal cual porque sus dientes de tiburón son pequeñas trituradoras. Luego se dio su baño de cola cao, con saltos incluídos y acabé fregando la cocina de arriba abajo. Hasta el estante de Pepe llegaron las salpicaduras. Menos mal que la cabeza jivarizada es más buena que el pan de molde y no dice ni pío.

Me emociona que sea tan sufrido. Propondré al Vaticano que lo suba a los altares: San Pepe, virgen y mártir... Lo de virgen no lo puedo demostrar. Lo dejaré en mártir y  Patrono de los silenciosos.

Así que este es mi primer deseo para el 2018. Y tendré todo un año para llevarlo a cabo. Para estas cosas se necesita tiempo porque, entre que la carta llega a Roma y viene la respuesta... Dicen que las cosas de Palacio van despacio. Siglos, tardan a veces. No puedo esperar tanto. En lugar de cartas enviaré telegramas, que son más rápidos. Hay que contar también con que esa gente del clero tiene temporadas de mucho trabajo, como en Semana Santa, por ejemplo. Y luego querrá tener vacaciones.

A lo tonto, a lo tonto, llegamos al verano casi sin darnos cuenta. Total, que calculo que para diciembre que viene, ya estará Pepe entronizado. Será un santo humilde. Con una pequeña peana para poner su cabeza, bastará. ¡Ostras, que ilusión me hace! - ¿Qué te parece ser amiga de un santo, Pascualita?... ¿No tenéis santos en el fondo del mar? ¡Pero si es que no tenéis de nada! Pues, hale, vamos a una iglesia y te enseñaré lo que es un Santo y así, cuando regreses a tu hábitat y encuentres uno, ya sabrás que hacer con él.

La metí en el termo de los chinos para que fuera mirando el paisaje. En la iglesia había un bonito belen y me detuve a admirarlo. De repente, una mano artrítica se posó en mi hombro y grité, asustada. - ¡Aaaaaaaaaah!... ¿Cotilla? - Schiiiist ¡Calla, que estoy "trabajando" y me pillarán! - "¿Limpiando los cepillos?"

Con el sobresalto, Pascualita salió disparada y cayó en el río del belen, donde beben los peces. Se la llevó la corriente hasta el laguito de los patos.  Un pescador me "dejó" la caña y pesqué a la sirena
antes de que se ahogara en el agua dulce. Lleva toda la tarde durmiendo. Le he metido un buen lingotazo de chinchón al agua del acuario para que vaya recobrando su color cadaverino, natural.

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