domingo, 3 de diciembre de 2017

¡Vamos a la nieve!

El rolls royce, con sus vergonzosos adornos navideños, salió muy temprano rumbo a las nevadas montañas de la Sierra de Tramuntana. Dado lo grande y ancho del vehículo, en cuanto entró en las carreteras estrechas se convirtió en dueño y señor de ellas, sin dejar pasar a nadie y obligando a los que venían de frente a apartarse del camino.

Habían venido a buscarme cuando acababa de abrir un ojo. Menos mal que traía ensaimadas recién hechas y han animado un poco mi espíritu, para nada aventurero. Después, junto con Pascualita, ambas muy abrigadas hemos empezado la excursión.

Después de que el coche derrapara por tres veces, haciéndome chillar como un conejo asustado, puse pie a tierra y me agaché a besar el suelo en señal de agradecimiento por llegar sanos y salvos a un lugar helado, lleno de gente gritona que no paraba de hacerse fotos. Al levantarme, una bola de nieve me dio de lleno en la cara. Inmediatamente otra cayó en mi espalda y se deslizó debajo de la ropa.

Me sentí alterada y con ganas de venganza. - ¡Ya vale, idiotas! - La abuela se enfadó.- "¡No seas maleducada, boba de Coria! Ha sido un gesto simpático por su parte". - ¡Y un cuerno!

Mientras discutíamos, Pascualita saltó de mi bolsillo al suelo nevado y arrastrándose se alejó de nosotros. Hasta un rato después no nos dimos cuenta. - "¿La has perdido? ¡Se va a congelar!" - Así no volverá a hacer lo que le da la gana.

La buscamos sin éxito alguno y la esperanza de encontrarla se fue fundiendo como azucarillos en un café. Un alarido, entre aullido de lobo y maldiciones sin cuento, nos anunció que Pascualita había mordido a una nueva víctima. La madre del niño que me tiró la bola de nieve, corría que se las pelaba ladera abajo. - Me lancé tras ella como una descerebrada para coger a Pascualita antes de que la vieran.

Tras de mi venía el marido resollando. - ¡¡¡Paso, paaaasoooooooooooooooo!!! (gritaba yo) Después de dar dos vueltas de campana conseguí alcanzarla y de un tirón seco la arranqué del pecho al que se había aferrado con los dientes. El grito fue espantoso y provocó un alúd

Para cuando su marido la alcanzó, Geooorge ya arrancaba del motor del rolls royce y trataba de dar la vuelta sobre una pista de patinaje. La voz del marido llegó clara hasta nosotros. - ¡Oh, querida! Esto es maravilloso. Jamás te había visto tan exhuberante... de un pecho. Convendrá que te golpées en el otro para quedar compensada.

Oimos la voz lastimera de ella, llena de reproches y sobre todo, diciendo a su marido, dónde debía golpearse él para convertirse en eunuco que era para lo único que servía.

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