martes, 2 de enero de 2018

Primer día del año.

El primer día del año no había nada para comer en casa, ni un mendrugo de pan. Cogí el teléfono dispuesta a lamentarme como una plañidera egipcia, ante la abuela. - Geooorge, necesito hablar con... - ¡Madame decir que no estar! - ¡Claro que está, inglés del demonio! Dile que se ponga.

Durante un ratito, el mayordomo y yo tuvimos nuestros más y nuestros menos porque ninguno dábamos nuestro brazo a torce ¡como es natural! - ¡You colgar! - ¡Y una leche! Llama a mi abuela. - ¡Madame decir que no está! (y vuelta a empezar)

Al final, harta de oírnos, se puso al teléfono. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! ¿Quién es? - ¿Cotilla? ¡¿COTILLA?! ¿QUÉ HACE EN LA TORRE DEL PASEO MARITIMO? - Pasaba por aquí y me he parado a visitar a mi amiga. - ¿Por qué no se ha puesto la abuela? - Es que, desde ahora, soy su secretaria particular. - La noticia me subió la tensión. - ¡Eso es mentira! - ¿Cómo lo sabes, boba de Coria? - ¡Porque tengo mucha hambre y eso me agudiza el ingenio!

Cuando ya había terminado la saliva y la garganta empezaba a notar la sequedad, la abuela contestó al teléfono. - "¿Qué pasa, boba de Coria? - ¡Tengooo hambreeeeeeeee! - Come. - No hay nada que llevarme a la boca. - ¿Y el comedor social? - Es día de estar en familia... abuelaaaa... ¡snif! ...

A pesar de la fuerte resistencia por su parte, logré ser admitida en el grupo "selecto" para ir a comer por ahí.

El rolls royce, reluciente como un espejo, se adentró en la carretera que conducía a la Serra de Tramuntana. Pasamos el peaje del túnel de Soller sin que nadie nos pidiera nada porque lo acababan de hacer ¡gratuíto!

El restaurante estaba a tope. Nuestra mesa guardada y nos sentamos enseguida. Nos saludaron con una sonrisa y luego nos dejaron a nuestro aire, comiendo trocitos de pan ¡sin all y oli! porque no había. Seguimos esperando..., esperando..., esperando... hasta que, derrumbados ya sobre la mesa en plan despojo, el olor de una paella cercana nos devolvió a la vida. Mientras, la Cotilla deambuló por los comedores y encontró cubiertos "abandonados", carteras, monederos, unos puros... Claro, no iba a dejar que se lo llevara otro.

Comimos sin hambre, aunque eso se arregló rápido en cuanto probamos las primeras cucharadas. No dejamos nada en los platos. Volvimos a esperar... y esperar... y llegaron los postres.

Después vino lo mejor. Andresito dijo: ¡nos han invitado a la comida! Menuda revolución montamos - ¿Quién ha sido? - El dueño... parece. - "¿No tendrás una querida por aquí?" (la abuela es muy suspicaz para éstas cosas) - ¡Nooooo, cariño! - "¿De verdad nos invita?" - Bueno, dice que no puede cobrarnos. - "¿Tu partido le hizo algún favor?" - No, que yo sepa. - "Entonces aquí hay gato encerrado ¡Yo me largo antes de que llegue la policía y me enchironen contigo!" (la abuela puso pies en polvorosa gritando ¡No conozco de nada a éste hombre!" (y señalaba al abuelito que la seguía, más despacio, diciendo - No es eso, cariño. Es que no me quiere cobrar. - "¡Lagarto, lagarto!"

Cuando emprendimos el regreso a Palma nos cruzamos con el coche de la policía, con las sienas en marcha, camino del restaurante. Poco después, por internet nos enteramos de que en ese restaurante, habían sufrido el robo de la caja registradora y del aparato para las tarjetas bancarias. No se explicaban cómo nadie había visto nada.

Todos miramos a la Cotilla que mostraba una sonrisa orgullosa. - "¡Eres una artista!" le jaleó la abuela - "¡¡¡COTILLAAAAA, COTILLLAAAAAAA, COTILLAAAAAAAAA, RA, RA, RA. COTILLA Y NADIE MAS!!!"

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