Llevamos unos días tranquilas la abuela y yo, no así Pascualita que, en cuanto puede, muerde todo lo que pilla. Es como si tuviera los nervios desatados y hemos llegado a la conclusión de que las fiestas la desquician. Ella necesita seguir una rutina y no el trajín de ir de aquí para allá a la que la hemos sometido.
La abuela le habla constantemente, lo mismo le explica recetas de cocina que le lee los santos del nuevo calendario o alguna hoja del Diario que hable de tribunales. Le encanta este tema, la reconforta ver que la Ley es igual para todos y lo lee con calma, sin embargo no le pasa lo mismo con las secciones que hablan de las subidas de impuestos, incluso de la subida de su pensión. Se pone roja como un tomate al leerlo y repite hasta la saciedad ¡mentirosos, mentirosos!. En esos momentos vale más dejarla en paz.
Hemos salido a dar una vuelta aprovechando las calmas de enero. La plaza de España bullía de gente de todo pelaje: usuarios del bus, del carril bici, okupas, niños corriendo tras las palomas (¿serán descendientes de las que perseguía yo hace muchos años?... bueno, no tantos) paseantes ociosos, unos tomando el sol, otros disfrutando de una buena tertulia en los bancos o en las terrazas de los bares. Un hombre, cejijunto y mal encarado, vino directamente hacia nosotras. Instintivamente, la abuela se llevó la mano al termo desde el que Pascualita disfrutaba del paisaje. Al pasar junto a ella el hombre le dijo algo al oído que la demudó: - ¿Qué te ha dicho ese tipo? - "Que saben que no tenemos gato" - ¿Quién lo sabe? - "¿Y yo qué sé?... Esto no me gusta. ¿Piensas en la policía? - "¿En quién si no?" - Lo mismo los afectados se han unido en una asociación e investigan por libre - "¿Y cómo saben lo del gato?" - Piensa que entre ellos también hay policías y querrán ayudar a descubrir al "monstruo" - "Ay, pobrecita mía. Tan chiquitina como es ella y esta gente mala queriéndote hacer daño ¡No hay derecho a eso!" - La tensión de la abuela afectó a Pascualita y de un salto cayó al suelo de la Plaza. Nadie vió lo que caía pero sí que escucharon nuestro grito de sorpresa y muchos se volvieron a mirarnos. Un perro pequeño vino corriendo pero fui más rápida que él, aunque no vi venir a la paloma que, en vuelo rasante, atacó a la sirena que estaba en mi mano. Una y otra vez volvió para atacar y Pascualita se llevó unos buenos picotazos antes de que la abuela le diera un bolsazo al pájaro dejándolo atontado y sin ganas de repetir la experiencia.
Caminamos hasta la parada del autobús. Un coche se acercó y después de pitar dos veces, llamaron a la abuela - "¡Es Andresito! Nos lleva a casa" - No decías que ya no te caía bien - "Yo nunca digo estas cosas de alquien que tiene la cartera llena" - Por el camino nos informó de que su hijo seguía indagando sobre los pequeños y dolorosos mordiscos que, a veces, llegaban a su consulta y que le había insistido en que le gustaría conocer a su simpática amiga y a su nieta - "¿A nosotras?" - dijo orgullosa la abuela - Sí, está muy interesado - "Vaya (dijo mirándome y guiñando un ojo) a lo mejor de esto sale un apaño para tí con el médico" - ¡Esta mujer no piensa en otra cosa!
sábado, 7 de enero de 2012
viernes, 6 de enero de 2012
Hoy ha sido el último día en que me lleno como un cerdo. No quiero ni acercarme a la báscula porque si me subo en ella la reventaré.
Para empezar la penitencia hemos comido en un chino. No hemos tomado postre y hemos vuelto andando a casa. Pascualita ha nadado lentamente en su "acuario" durante buena parte de la tarde. Todo parecía apacible pero era mentira. Mientras nuestros cerebros mandaban imágenes apetitosas, la abuela y yo intentábamos concentrarnos en la pantalla de la tele.
Llamaron a la puerta y la Cotilla del 4º irrumpió en el comedor: ¡Traigo helado! ¡Sacad unos vasos! - No tuvo que repetir la órden. Un rato después, con los estómagos llenos y una enorme sensación de arrepentimiento, nos repantingamos en las butacas a charlar de nuestras cosas. Cuando la abuela fue al lavabo la Cotilla-metementodo entró en acción - Tendrías que acompañar a tu abuela al médico. Hace cosas raras - Me puse en guardia - Ha estado metiendo cucharaditas de helado en la bañera, como si estuviera dando de comer a un pececito y que yo sepa, sigue vacía. Tiene obsesión por esos bichos ¿sabes por qué? - Respondí con evasivas. Afortunadamente, al volver la abuela siguieron hablando de sus cosas. Hora y media después dimos buena cuenta de una taza de chocolate con tostadas de pan. Observé a la abuela y vi que tiraba migas de pan al acuario.
Llamaron, oportunamente, a la puerta. Abrió la abuela y en un santiamén , dos guardias aparecieron en el comedor. - Traemos una orden de regristro - "Registren, registren. ¿No quieren un poco de chocolate antes de empezar a trabajar?" - Declinaron la invitación y empezaron el registro por mi cuarto "el de la mosquita muerta" oí decir a uno de ellos. Tenía que sacar a Pascualita de la bañera y esconderla pero la Cotilla no nos quitaba ojo. Tenía los nervios tensos, no así los de la abuela que, con el cuento de quitar las migas de pan que había tirado al agua, cogió a la sirena que estaba escondida tras las algas y la metió en la manga de su vestido. Recogimos la mesa entre las dos y camino de la cocina me pasó a Pascualita. Me pilló de sorpresa y cayó al suelo. Con la punta del pie la metí tras la puerta porque oí la voz de la Cotilla acercándose. - Bueno, me voy porque estos (refiriéndose a los guardias) siguen sin sacar nada en claro - . Entonces pasaron a registrar la cocina. Nos quedamos plantadas junto a la puerta confiando en nuestra buena suerte pero uno de los guardias, apartándonos, miró tras ella y ... ¡la vió! - ¿Qué es eso de ahí? ... ¡Emilio, trae una bolsa y unas pinzas. Nos llevaremos esta cosa ... - "Hum, perdone pero esto es el juguete favorito de nuestro gato jejeje..." - No hemos visto ningún gato - "Ya sabe lo independientes que son. Andará por ahí. Es un ligón" - Cogió a la sirena para metérsela en el bolsillo. El hombre detuvo su mano y cogió a Pascualita. Llegó su compañero con la bolsa - Nos llevamos esto. No podemos volver a comisaria con las manos vacías. - Pascualita debió ver el desespero en los ojos de la abuela y ella misma sintió el peligro en que se encontraba. Entonces atacó. Clavó los dientes en la mano que la sujetaba y acto seguido se impulsó hasta la cara del otro agente. Los gritos y aspavientos de los dos hombres alarmaron a los vecinos. Uno de los guardias sacó la pistola y pegó un tiro que dió en el techo.(¡Como en el Congreso!, pensé)
Acabamos en comisaría, hablando a gritos y acusándonos unos a otros. Mientras tanto Pasculita estaba escondida en las bragas de la abuela, sujetándose en el elástico. Finalmente, nos denunciamos unos a otros. Los guardias tenían a su favor las dolorosas heridas y nosotras el tiro en el techo. Al final nos dejaron ir a dormir a casa porque el motivo de que pasara todo aquello no apareció por ningún lado. Quedamos en tablas. El primero que salió por la puerta a tomarse una aspirina, fue el comisario harto de oír tanto galimatías.
Para empezar la penitencia hemos comido en un chino. No hemos tomado postre y hemos vuelto andando a casa. Pascualita ha nadado lentamente en su "acuario" durante buena parte de la tarde. Todo parecía apacible pero era mentira. Mientras nuestros cerebros mandaban imágenes apetitosas, la abuela y yo intentábamos concentrarnos en la pantalla de la tele.
Llamaron a la puerta y la Cotilla del 4º irrumpió en el comedor: ¡Traigo helado! ¡Sacad unos vasos! - No tuvo que repetir la órden. Un rato después, con los estómagos llenos y una enorme sensación de arrepentimiento, nos repantingamos en las butacas a charlar de nuestras cosas. Cuando la abuela fue al lavabo la Cotilla-metementodo entró en acción - Tendrías que acompañar a tu abuela al médico. Hace cosas raras - Me puse en guardia - Ha estado metiendo cucharaditas de helado en la bañera, como si estuviera dando de comer a un pececito y que yo sepa, sigue vacía. Tiene obsesión por esos bichos ¿sabes por qué? - Respondí con evasivas. Afortunadamente, al volver la abuela siguieron hablando de sus cosas. Hora y media después dimos buena cuenta de una taza de chocolate con tostadas de pan. Observé a la abuela y vi que tiraba migas de pan al acuario.
Llamaron, oportunamente, a la puerta. Abrió la abuela y en un santiamén , dos guardias aparecieron en el comedor. - Traemos una orden de regristro - "Registren, registren. ¿No quieren un poco de chocolate antes de empezar a trabajar?" - Declinaron la invitación y empezaron el registro por mi cuarto "el de la mosquita muerta" oí decir a uno de ellos. Tenía que sacar a Pascualita de la bañera y esconderla pero la Cotilla no nos quitaba ojo. Tenía los nervios tensos, no así los de la abuela que, con el cuento de quitar las migas de pan que había tirado al agua, cogió a la sirena que estaba escondida tras las algas y la metió en la manga de su vestido. Recogimos la mesa entre las dos y camino de la cocina me pasó a Pascualita. Me pilló de sorpresa y cayó al suelo. Con la punta del pie la metí tras la puerta porque oí la voz de la Cotilla acercándose. - Bueno, me voy porque estos (refiriéndose a los guardias) siguen sin sacar nada en claro - . Entonces pasaron a registrar la cocina. Nos quedamos plantadas junto a la puerta confiando en nuestra buena suerte pero uno de los guardias, apartándonos, miró tras ella y ... ¡la vió! - ¿Qué es eso de ahí? ... ¡Emilio, trae una bolsa y unas pinzas. Nos llevaremos esta cosa ... - "Hum, perdone pero esto es el juguete favorito de nuestro gato jejeje..." - No hemos visto ningún gato - "Ya sabe lo independientes que son. Andará por ahí. Es un ligón" - Cogió a la sirena para metérsela en el bolsillo. El hombre detuvo su mano y cogió a Pascualita. Llegó su compañero con la bolsa - Nos llevamos esto. No podemos volver a comisaria con las manos vacías. - Pascualita debió ver el desespero en los ojos de la abuela y ella misma sintió el peligro en que se encontraba. Entonces atacó. Clavó los dientes en la mano que la sujetaba y acto seguido se impulsó hasta la cara del otro agente. Los gritos y aspavientos de los dos hombres alarmaron a los vecinos. Uno de los guardias sacó la pistola y pegó un tiro que dió en el techo.(¡Como en el Congreso!, pensé)
Acabamos en comisaría, hablando a gritos y acusándonos unos a otros. Mientras tanto Pasculita estaba escondida en las bragas de la abuela, sujetándose en el elástico. Finalmente, nos denunciamos unos a otros. Los guardias tenían a su favor las dolorosas heridas y nosotras el tiro en el techo. Al final nos dejaron ir a dormir a casa porque el motivo de que pasara todo aquello no apareció por ningún lado. Quedamos en tablas. El primero que salió por la puerta a tomarse una aspirina, fue el comisario harto de oír tanto galimatías.
jueves, 5 de enero de 2012
"¿No quiéres saber que he pedido a los Reyes?" - Nooooo....Ya lo veré cuando nos despertemos el día 6 - "¿No te intriga ni un poquito?" - ¡Abuela, no seas niña! Se supone que es una sorpresa ¿no? - "Ya. Lo que pasa es que lo que he pedido, en parte, te atañe" - Buenoooo. Lo que sea sonará - "Pascualita lo sabe y está de acuerdo, somos mayoría así que tu tendrás poco que opinar" - Como siempre.
Dos horas y media después me era imposible resistir aquel tormento: - ¡Vale! ¡Díme qué es lo que has pedido y déjame en paz de una vez! ¡esto es peor que la gota malaya! - La sonrisa de tríunfo iluminó la cara arrugada de la abuela - "Jejejejejeje... Sabía que te estabas haciendo la dura ... Pues mira, ahora no te lo cuento ¡Hale!... Pascualita, nos vamos al Funeral a celebrar que hemos ganado la batalla. Nos tomaremos un chinchón a tu salud, pardilla" - Mientras la bilis subía y bajaba por mi organismo empujándome a cometer un abuelicidio, ella salió tan campante.
Había anochecido ya cuando volvió a casa, para entonces hacía rato que había abandonado la línea recta porque la cosa no se había quedado en "un chinchón. La acompañó uno de sus amigos que tenía coche. - "¿Has visto que co... ¡hip!... che tan guapo que lleva ... este ... bueno, quién quiera que sea. No recuerdo como ... ¡hip!... se llama... Es quién hará posible el ... regalo de Re... yes. Jajajaja... ¡Que dolor de barriga ten...drás esta noche porque no... voy a decirte qué es. Jajajaja" - ¡Que mal bicho tengo por abuela! - ¿Dónde ésta la sirena? - desconcertada buscó torpemente entre sus ropas, luego se encogió de hombros mientras se dirigía a su cuarto. - "La traerán mañana los... Reyes... Adiós" - y cerró la puerta tras de sí. - No pegué ojo en toda la noche pensando en que nunca más volvería a ver a la sirena. No podría aguantar toda la noche fuera del agua salada... y esta vez no podía ayudarla porque no sabía dónde estaba.
Al final el sueño me venció y desperté sobre las once de la mañana del día de Reyes, al oír ruídos y risas en el comedor. Dos hombre, uno de la edad de la abuela y otro más o menos, de la mía, conversaban alegremente con ella. Aparecí ante ellos hecha una facha: en bata ,legañas y pelos revueltos. Como que dieron un respingo al verme. Pero la abuela no perdió la compostura - "¡Mira, hija. Mira lo que me han traído los Reyes! ¡Un nieto político recaudador!" - ¿Dé qué hablaba?. Miré al joven, era guapo, alto, rubio, de ojos azules y cautivadora sonrisa. Me recordó a .... ¡¡¡Urdangarín!!!. ¡Ete aquí el nieto recaudador! - ¿Este es el regalo de Reyes que has pedido? - "Sí, hija. Con él pasaremos la crisis económica sin enterarnos. ¡Y encima es guapo. Podrás lucirte cuando pasées con él del brazo!" - ¿Me has regalado un ladrón? ¿Quiéres meter un ladrón en casa? ¡Si cuando digo que estás loca es porque lo estás de verdad!... ¿Y Pascualita, dónde está? - "En el "acuario".- Corrí a comprobarlo y efectivamente, allí estaba nadando tranquila. - "¿Qué te pasa con ella y por qué la nombras delante de extraños?" - ¿No te la llevaste al Funeral? - "Al final no lo hice" - Bien, pues o sacas ahora mismo a esa gentuza de esta casa o la sirena hará en sus caras un trabajito extra? - No debió gustarle lo que vio en mi mirada porque medio minuto después oí como se cerraba la puerta de la calle.
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Dos horas y media después me era imposible resistir aquel tormento: - ¡Vale! ¡Díme qué es lo que has pedido y déjame en paz de una vez! ¡esto es peor que la gota malaya! - La sonrisa de tríunfo iluminó la cara arrugada de la abuela - "Jejejejejeje... Sabía que te estabas haciendo la dura ... Pues mira, ahora no te lo cuento ¡Hale!... Pascualita, nos vamos al Funeral a celebrar que hemos ganado la batalla. Nos tomaremos un chinchón a tu salud, pardilla" - Mientras la bilis subía y bajaba por mi organismo empujándome a cometer un abuelicidio, ella salió tan campante.
Había anochecido ya cuando volvió a casa, para entonces hacía rato que había abandonado la línea recta porque la cosa no se había quedado en "un chinchón. La acompañó uno de sus amigos que tenía coche. - "¿Has visto que co... ¡hip!... che tan guapo que lleva ... este ... bueno, quién quiera que sea. No recuerdo como ... ¡hip!... se llama... Es quién hará posible el ... regalo de Re... yes. Jajajaja... ¡Que dolor de barriga ten...drás esta noche porque no... voy a decirte qué es. Jajajaja" - ¡Que mal bicho tengo por abuela! - ¿Dónde ésta la sirena? - desconcertada buscó torpemente entre sus ropas, luego se encogió de hombros mientras se dirigía a su cuarto. - "La traerán mañana los... Reyes... Adiós" - y cerró la puerta tras de sí. - No pegué ojo en toda la noche pensando en que nunca más volvería a ver a la sirena. No podría aguantar toda la noche fuera del agua salada... y esta vez no podía ayudarla porque no sabía dónde estaba.
Al final el sueño me venció y desperté sobre las once de la mañana del día de Reyes, al oír ruídos y risas en el comedor. Dos hombre, uno de la edad de la abuela y otro más o menos, de la mía, conversaban alegremente con ella. Aparecí ante ellos hecha una facha: en bata ,legañas y pelos revueltos. Como que dieron un respingo al verme. Pero la abuela no perdió la compostura - "¡Mira, hija. Mira lo que me han traído los Reyes! ¡Un nieto político recaudador!" - ¿Dé qué hablaba?. Miré al joven, era guapo, alto, rubio, de ojos azules y cautivadora sonrisa. Me recordó a .... ¡¡¡Urdangarín!!!. ¡Ete aquí el nieto recaudador! - ¿Este es el regalo de Reyes que has pedido? - "Sí, hija. Con él pasaremos la crisis económica sin enterarnos. ¡Y encima es guapo. Podrás lucirte cuando pasées con él del brazo!" - ¿Me has regalado un ladrón? ¿Quiéres meter un ladrón en casa? ¡Si cuando digo que estás loca es porque lo estás de verdad!... ¿Y Pascualita, dónde está? - "En el "acuario".- Corrí a comprobarlo y efectivamente, allí estaba nadando tranquila. - "¿Qué te pasa con ella y por qué la nombras delante de extraños?" - ¿No te la llevaste al Funeral? - "Al final no lo hice" - Bien, pues o sacas ahora mismo a esa gentuza de esta casa o la sirena hará en sus caras un trabajito extra? - No debió gustarle lo que vio en mi mirada porque medio minuto después oí como se cerraba la puerta de la calle.
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miércoles, 4 de enero de 2012
La abuela me ha pedido que le eche al buzón su carta a los Reyes Magos. Cada año igual. - ¿No eres un poco mayor para creer en éstas cosas? - "¿Qué insinúas? ¿qué soy vieja y ya no puedo tener ilusiones?" - No saques los pies del tiesto. Al fin y al cabo, es una fiesta para los niños y ya hace tiempo que dejaste la infancia atrás - " Pero tú pareces mayor que yo ¡no tienes espíritu ni alicientes!" - ¡Ya me ha tocado el sermón del día! - Sin querer escuchar más la dichosa letanía, me marché en busca de uno de los buzones que los Pajes han repartido por la ciudad.
Al regresar encontré abierta la puerta de casa. Unos ruídos extraños me pusieron sobre aviso. El miedo corrió por mi espalda mientras pensaba en un buen escondite. ¿Y la abuela? ¿Y Pascualita?... Andando de puntillas y conteniendo el aliento, me asomé al comedor. Había una mujer, de espaldas a mí, abriendo y cerrando cajones, rebuscando en ellos, dándole la vuelta a los jarrones y tirando al suelo su contenido - ¡Tendré que recogerlo yo! (pensé con rabia) - Seguí mi camino hasta llegar a la habitación de la abuela ¡estaba vacía! y la pecera también ... Un temor me asaltó: si Pascualita estaba en el "acuario" la intrusa la encontraría en cuanto entrara en la salita. Y para entrar allí solo podía hacerse pasando por el comedor. Cogí un bastón que la abuela guardaba celosamente en lo alto del armario y que solo usaba en casa cuando le daba la ciática; me había hecho jurara que no lo contaría a nadie. No querían que supieran que se valía de él: "Es cosas de viejos".
Propiné tal bastonazo a la intrusa que la dejé fuera de juego durante unos minutos. Al recuperarse, lucía un hermoso chichón en lo alto de la cabeza - ¡Que bestia! - ¡Ladrona. Ahora mismo llamo a la policía y ...! - ¡No!. No lo haga porque... la policía soy yo - ¡Caray! - solté en cuanto ví su placa, de todas maneras quise cerciorarme de que no era de la tienda de chinos y le dí un bocado que casi me cuesta un diente - Vale, pero ¿qué busca? ¿dónde está mi abuela? - No lo sé. Al llegar estaba la puerta abierta y no he encontrado a nadie en la casa... - ¿Y qué busca, señora? - No lo sé muy bien. Me han dicho que "un bicho pequeño que muerde"... ¿Por qué no me dice que es? - ¿Yo? ¡No sé de que me habla!
Después, mientras comíamos, Pascualita dió buena cuenta de unas migas de pan mojadas en vino tinto. Al quejarme de este comportamiento, la abuela sentenció: - "¡Déjala! Se lo ha ganado" - y me contó que, al poco tiempo de salir yo de casa, llegó la cotilla del 4º que, como era su costumbre, se metió hasta el fondo sin pedir permiso. La abuela le dijo que iba a vestirse y la otra, que no paraba de hablar, se fue tras ella al dormitorio. Allí descubrió la pecera - ¡Lo tuyo es de psiquiatra! ¡otra pecera sin peces! - la cogió y la vació en el wáter - ¿Por qué tenía arena? - "¿pero que has hecho....?" - La he puesto a escurrir en el lavabo - Mientras hablaba tiró hacia atrás la ropa de la cama - ¡En un momentito te la hago..¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhh!!!... ¡¿Qué es eso?! ¡¡¡Hay un bicho raro. Espero que no te haya picado!!! y salió corriendo para entrar a la misma velocidad, con la escoba en la mano. La abuela intentaba coger a Pascualita al tiempo que la otra le arreaba un escobazo tras otro - "¡¡¡Para ya, loca, que me vas a deslomar!!!" - ¡No lo cojas. No ves que te va a morder! - "¡A mi, seguro que no!" - Cogió a la sirena por la cola y se la tiró, en defensa propia, a su vecina que volvió a sentir, una vez más, el dolor agudísimos de los dientes de tiburón destrozándole la punta de la naríz - ¡¡¡Ay, ay ay, ay!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Me matan!!! - Pascualita estaba rabiosa y a la abuela le costó mucho desprenderla con lo cual la herida que dejó también fue mayor. Menos mal que el chinchón todo lo cura o por lo menos nubla el entendimiento y la Cotilla, a éstas horas no debía recordar qué o quién la atacó. La abuela, con la sirena en el bolsillo del delantal, acompañó a la vecina a su casa, con el ajetreo se le olvidó cerrar la puerta. Luego se quedó en el 4º hasta que la Cotilla empezó a roncar.
Al regresar encontré abierta la puerta de casa. Unos ruídos extraños me pusieron sobre aviso. El miedo corrió por mi espalda mientras pensaba en un buen escondite. ¿Y la abuela? ¿Y Pascualita?... Andando de puntillas y conteniendo el aliento, me asomé al comedor. Había una mujer, de espaldas a mí, abriendo y cerrando cajones, rebuscando en ellos, dándole la vuelta a los jarrones y tirando al suelo su contenido - ¡Tendré que recogerlo yo! (pensé con rabia) - Seguí mi camino hasta llegar a la habitación de la abuela ¡estaba vacía! y la pecera también ... Un temor me asaltó: si Pascualita estaba en el "acuario" la intrusa la encontraría en cuanto entrara en la salita. Y para entrar allí solo podía hacerse pasando por el comedor. Cogí un bastón que la abuela guardaba celosamente en lo alto del armario y que solo usaba en casa cuando le daba la ciática; me había hecho jurara que no lo contaría a nadie. No querían que supieran que se valía de él: "Es cosas de viejos".
Propiné tal bastonazo a la intrusa que la dejé fuera de juego durante unos minutos. Al recuperarse, lucía un hermoso chichón en lo alto de la cabeza - ¡Que bestia! - ¡Ladrona. Ahora mismo llamo a la policía y ...! - ¡No!. No lo haga porque... la policía soy yo - ¡Caray! - solté en cuanto ví su placa, de todas maneras quise cerciorarme de que no era de la tienda de chinos y le dí un bocado que casi me cuesta un diente - Vale, pero ¿qué busca? ¿dónde está mi abuela? - No lo sé. Al llegar estaba la puerta abierta y no he encontrado a nadie en la casa... - ¿Y qué busca, señora? - No lo sé muy bien. Me han dicho que "un bicho pequeño que muerde"... ¿Por qué no me dice que es? - ¿Yo? ¡No sé de que me habla!
Después, mientras comíamos, Pascualita dió buena cuenta de unas migas de pan mojadas en vino tinto. Al quejarme de este comportamiento, la abuela sentenció: - "¡Déjala! Se lo ha ganado" - y me contó que, al poco tiempo de salir yo de casa, llegó la cotilla del 4º que, como era su costumbre, se metió hasta el fondo sin pedir permiso. La abuela le dijo que iba a vestirse y la otra, que no paraba de hablar, se fue tras ella al dormitorio. Allí descubrió la pecera - ¡Lo tuyo es de psiquiatra! ¡otra pecera sin peces! - la cogió y la vació en el wáter - ¿Por qué tenía arena? - "¿pero que has hecho....?" - La he puesto a escurrir en el lavabo - Mientras hablaba tiró hacia atrás la ropa de la cama - ¡En un momentito te la hago..¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhh!!!... ¡¿Qué es eso?! ¡¡¡Hay un bicho raro. Espero que no te haya picado!!! y salió corriendo para entrar a la misma velocidad, con la escoba en la mano. La abuela intentaba coger a Pascualita al tiempo que la otra le arreaba un escobazo tras otro - "¡¡¡Para ya, loca, que me vas a deslomar!!!" - ¡No lo cojas. No ves que te va a morder! - "¡A mi, seguro que no!" - Cogió a la sirena por la cola y se la tiró, en defensa propia, a su vecina que volvió a sentir, una vez más, el dolor agudísimos de los dientes de tiburón destrozándole la punta de la naríz - ¡¡¡Ay, ay ay, ay!!! ¡¡¡Socorro!!! ¡¡¡Me matan!!! - Pascualita estaba rabiosa y a la abuela le costó mucho desprenderla con lo cual la herida que dejó también fue mayor. Menos mal que el chinchón todo lo cura o por lo menos nubla el entendimiento y la Cotilla, a éstas horas no debía recordar qué o quién la atacó. La abuela, con la sirena en el bolsillo del delantal, acompañó a la vecina a su casa, con el ajetreo se le olvidó cerrar la puerta. Luego se quedó en el 4º hasta que la Cotilla empezó a roncar.
martes, 3 de enero de 2012
Una de las veces que he entrado a ver a la abuela Pascualita apenas asomaba la cabeza entre las sábanas. Sus ojos saltones no me perdían de vista y me ha extrañado porque, normalmente, pasa de mí. Fijándome con más detenimiento he creído percibir un grito de auxilio en aquella mirada. Sin pensármelo dos veces la he metido en el termo y con la excusa de quitarla de en medio por si venía la policía, hemos salido a la calle.
Al final he acabado frente al mar. Al bajar a la playa he destapado el termo para que Pascualita oliera y sintiera la brisa marina. Al pensar que la pobre sentíría la nostalgia del emigrante he tenido la tentación de darle la libertad pero, en el último momento no me he atrevido. Hacer algo así a espaldas de la abuela hubiese sido una traición. Al final he sacado a Pasculita del termo y nos hemos tumbado en la arena a tomar el sol.
Se estaba tan bien allí, sin hacer nada, ni oír los gritos de la abuela, sintiendo el rumor de las olas, los gritos de las gaviotas, que me entró un sopor muy peligroso. No podía dormirme teniendo allí a la sirena pero me costaba mucho mantener los ojos abiertos... Un poco de arena que cayó en mi cara me despertó. A mi lado había un niño pequeño que jugaba con Pascualita ¡Dios! ¡Peligro, peligro!- Dame eso, guapo - No. ¿Qué es? - Un muñeco mío que tu no tiene que tocar. Dámelo te digo - No... ¡Maaaaammmmmááááá! - Una mujer jóven y entrada en carnes vino al rescate del mocoso - ¿Qué le hace a mi niño? - No le hago nada, solo quiero que me de el muñeco que me ha cogido - ¿Un muñeco? ¿vienes a la playa con un muñeco? ¡Eres rara, tía!... A ver, cariño, ¿dónde está el muñequito? - El cabroncete lo tenía escondido en la espalda y no quería dar su brazo a torcer - ¡Qué me lo des, te digo! - ¡Que no! - ¡Quíteselo antes de que lo rompa! - ¡Cállate ya! y tú, ¡trae pacá la tontería esa! - Finalmente se lo arrebató con rabia. En cuanto lo tocó su cara se trasformó en una mueca de asco - ¡¿Pero qué porquería es esta?! - y tiró a Pascualita lejos de mí, junto a la orilla del mar.- ¡Cuidado! Y a ver si enseña al mocoso ese a no tocar lo que no es suyo - ¡No me cabrees más ni me digas como debo educar a mi hijo. Y te aseguro que como le salga algo malo al niño por haber tocado esa guarrada, te denunciaré. - Corrí hacia Pascualita. Una gaviota aterrizó a su lado, otras tres lo hicieron un poco más allá. Recogí una lata de cerveza del suelo y se la tiré para asustarlas pero no hizo mucho efecto.
De repente Pascualita actúo. De un coletazo llegó hasta las patas de la gaviota más cercana y clavó en una de ellas sus dientecitos de tiburón. Inmediatamente el animal graznó dolorido y batió alas, desesperada. Llegué junto a ellas en el momento en que intentaba emprender el vuelo con Pascualita agarrada fuertemente a su pata. Me costó mucho esfuerzo y bastantes picotazos, arrancarla de allí. Cuando lo logré me acerqué al mar y metí las manos para lavarme las heridas de la cara. Sentí que el cuerpo de Pascualita se tensaba. Era la primera vez en mucho tiempo, que volvía al mar, pero no la solté.
Un grupo de personas se había congregado a ver el espéctaculo de una mujer peleándose a brazo partido con una gaviota por algo que no alcanzaban a ver. -¡Todo este jaleo por un muñeco asqueroso! - explicaba la madre del niño entrometido.
Al final he acabado frente al mar. Al bajar a la playa he destapado el termo para que Pascualita oliera y sintiera la brisa marina. Al pensar que la pobre sentíría la nostalgia del emigrante he tenido la tentación de darle la libertad pero, en el último momento no me he atrevido. Hacer algo así a espaldas de la abuela hubiese sido una traición. Al final he sacado a Pasculita del termo y nos hemos tumbado en la arena a tomar el sol.
Se estaba tan bien allí, sin hacer nada, ni oír los gritos de la abuela, sintiendo el rumor de las olas, los gritos de las gaviotas, que me entró un sopor muy peligroso. No podía dormirme teniendo allí a la sirena pero me costaba mucho mantener los ojos abiertos... Un poco de arena que cayó en mi cara me despertó. A mi lado había un niño pequeño que jugaba con Pascualita ¡Dios! ¡Peligro, peligro!- Dame eso, guapo - No. ¿Qué es? - Un muñeco mío que tu no tiene que tocar. Dámelo te digo - No... ¡Maaaaammmmmááááá! - Una mujer jóven y entrada en carnes vino al rescate del mocoso - ¿Qué le hace a mi niño? - No le hago nada, solo quiero que me de el muñeco que me ha cogido - ¿Un muñeco? ¿vienes a la playa con un muñeco? ¡Eres rara, tía!... A ver, cariño, ¿dónde está el muñequito? - El cabroncete lo tenía escondido en la espalda y no quería dar su brazo a torcer - ¡Qué me lo des, te digo! - ¡Que no! - ¡Quíteselo antes de que lo rompa! - ¡Cállate ya! y tú, ¡trae pacá la tontería esa! - Finalmente se lo arrebató con rabia. En cuanto lo tocó su cara se trasformó en una mueca de asco - ¡¿Pero qué porquería es esta?! - y tiró a Pascualita lejos de mí, junto a la orilla del mar.- ¡Cuidado! Y a ver si enseña al mocoso ese a no tocar lo que no es suyo - ¡No me cabrees más ni me digas como debo educar a mi hijo. Y te aseguro que como le salga algo malo al niño por haber tocado esa guarrada, te denunciaré. - Corrí hacia Pascualita. Una gaviota aterrizó a su lado, otras tres lo hicieron un poco más allá. Recogí una lata de cerveza del suelo y se la tiré para asustarlas pero no hizo mucho efecto.
De repente Pascualita actúo. De un coletazo llegó hasta las patas de la gaviota más cercana y clavó en una de ellas sus dientecitos de tiburón. Inmediatamente el animal graznó dolorido y batió alas, desesperada. Llegué junto a ellas en el momento en que intentaba emprender el vuelo con Pascualita agarrada fuertemente a su pata. Me costó mucho esfuerzo y bastantes picotazos, arrancarla de allí. Cuando lo logré me acerqué al mar y metí las manos para lavarme las heridas de la cara. Sentí que el cuerpo de Pascualita se tensaba. Era la primera vez en mucho tiempo, que volvía al mar, pero no la solté.
Un grupo de personas se había congregado a ver el espéctaculo de una mujer peleándose a brazo partido con una gaviota por algo que no alcanzaban a ver. -¡Todo este jaleo por un muñeco asqueroso! - explicaba la madre del niño entrometido.
lunes, 2 de enero de 2012
¡Pues sí que hemos empezado bien el año! La abuela no levanta cabeza. Está en su cama, bajo siete mantas, sudando a chorros para sacar de sí el constipado, tirando a neumonía, que cogió en Nochevieja.
En casa no se oyen más que estornudos, toses, ayes lastimeros y órdenes : "¡tráeme el termómetro!, ¡Un zumo de naranja con miel!, ¡zumo de limón calentito con miel!, ¡Una cucharada de miel!" - Todo se reduce a MIEL, MIEL Y MIEL. Cómo todos los enfermos de constipado pidan la misma receta no habrá abejas suficientes para tanto pedido. Si yo misma estoy pegajosa ya.
Cuando quiere comer se entera toda la finca: "¡Tengo hambre. Tráeme algo... Sopa ¡quiero sopa calentita!" - unos minutos después vuelve a gritar: - ¡Quieres abrasarme, loca. Está ardiendo!. Te vas a quedar sin herencia ¡todo será para Pascualita!" - ¡Me tiene de los nervios! - Desde el momento en que no le quedó más remedio que meterse en cama a causa de la fiebre tan alta que tenía cuando volvimos del Funeral, no ha permitido que me lleve a Pascualita del cuarto como tampoco quiere que abra la ventana para airearlo. Si lo intento dice que quiero que coja una pulmonía. Estoy por cojer la puerta y emigrar a Australia. Ahora Pasculita también tose y estornuda ¡le ha pegado el constipado!y están las dos bajos las mantas haciéndose compañía mútuamente.
Esta mañana a venido un señor muy elegante, de traje y corbata. Americano me ha dicho. En mi cabeza ha sonado un timbre de alarma: ¡¡¡La Cía, La Cía!!! y a punto he estado de caer redonda al suelo ¡Dios mío, que iba a ser mí! ¿Cuanto tardarían en empezar los interrogatorios?, las bofetadas, los ahogamientos en una bañera llena de porquería, la simulación de una ejecución... Me he dicho que nada de eso haría falta porque ahora mismo se lo iba a contar todo ¡Nunca he tenido madera de héroe y no voy a empezar a hora, a mis años... que tampoco son tantos. Así que me he plantado delante de él y le he dicho en el tono más convincente que he encontrado: ¡¡¡Se lo contaré todo!!! - Estupendo porque voy mal de tiempo... ¿Dónde está la enferma? - Me he quedado de cuadros. Está gente lo sabe todo ¿quién le habrá dicho lo de la abuela? El terror me había paralizado - Venga ¡vamos! que no tengo todo el tiempo del mundo! - ¡¡¡Allí está Pasculita, señor, con ella. Perdónela porque todo lo ha echo por amor. Se quieren mucho!!! - ¿Su abuela es lesbiana? - ¡Oiga!
Que chasco me he llevado. El americano es el médico que ha mandado la seguridad social a visitar a la abuela. Avergonzada, he tirado de las mantas sin recordar que la sirena estaba entre ellas. El médico ha dado un respingo al ver esa especie de sardina rara y la abuela, a pesar de la fiebre, ha salido al quite - "Es un amuleto contra el catarro que se usa en mi pueblo desde tiempos inmemoriales... " - El médico ha sido comprensivo - Si cree que le hace bien, déjelo - En cuanto se ha ido he metído a Pascualita en su "acuario". No me ha gustado nada su aspecto de asfixia y agobio - "Cuando se reanime un poco, tráemela otra vez que dónde mejor está es conmigo" - Sí, abuela -.
En casa no se oyen más que estornudos, toses, ayes lastimeros y órdenes : "¡tráeme el termómetro!, ¡Un zumo de naranja con miel!, ¡zumo de limón calentito con miel!, ¡Una cucharada de miel!" - Todo se reduce a MIEL, MIEL Y MIEL. Cómo todos los enfermos de constipado pidan la misma receta no habrá abejas suficientes para tanto pedido. Si yo misma estoy pegajosa ya.
Cuando quiere comer se entera toda la finca: "¡Tengo hambre. Tráeme algo... Sopa ¡quiero sopa calentita!" - unos minutos después vuelve a gritar: - ¡Quieres abrasarme, loca. Está ardiendo!. Te vas a quedar sin herencia ¡todo será para Pascualita!" - ¡Me tiene de los nervios! - Desde el momento en que no le quedó más remedio que meterse en cama a causa de la fiebre tan alta que tenía cuando volvimos del Funeral, no ha permitido que me lleve a Pascualita del cuarto como tampoco quiere que abra la ventana para airearlo. Si lo intento dice que quiero que coja una pulmonía. Estoy por cojer la puerta y emigrar a Australia. Ahora Pasculita también tose y estornuda ¡le ha pegado el constipado!y están las dos bajos las mantas haciéndose compañía mútuamente.
Esta mañana a venido un señor muy elegante, de traje y corbata. Americano me ha dicho. En mi cabeza ha sonado un timbre de alarma: ¡¡¡La Cía, La Cía!!! y a punto he estado de caer redonda al suelo ¡Dios mío, que iba a ser mí! ¿Cuanto tardarían en empezar los interrogatorios?, las bofetadas, los ahogamientos en una bañera llena de porquería, la simulación de una ejecución... Me he dicho que nada de eso haría falta porque ahora mismo se lo iba a contar todo ¡Nunca he tenido madera de héroe y no voy a empezar a hora, a mis años... que tampoco son tantos. Así que me he plantado delante de él y le he dicho en el tono más convincente que he encontrado: ¡¡¡Se lo contaré todo!!! - Estupendo porque voy mal de tiempo... ¿Dónde está la enferma? - Me he quedado de cuadros. Está gente lo sabe todo ¿quién le habrá dicho lo de la abuela? El terror me había paralizado - Venga ¡vamos! que no tengo todo el tiempo del mundo! - ¡¡¡Allí está Pasculita, señor, con ella. Perdónela porque todo lo ha echo por amor. Se quieren mucho!!! - ¿Su abuela es lesbiana? - ¡Oiga!
Que chasco me he llevado. El americano es el médico que ha mandado la seguridad social a visitar a la abuela. Avergonzada, he tirado de las mantas sin recordar que la sirena estaba entre ellas. El médico ha dado un respingo al ver esa especie de sardina rara y la abuela, a pesar de la fiebre, ha salido al quite - "Es un amuleto contra el catarro que se usa en mi pueblo desde tiempos inmemoriales... " - El médico ha sido comprensivo - Si cree que le hace bien, déjelo - En cuanto se ha ido he metído a Pascualita en su "acuario". No me ha gustado nada su aspecto de asfixia y agobio - "Cuando se reanime un poco, tráemela otra vez que dónde mejor está es conmigo" - Sí, abuela -.
domingo, 1 de enero de 2012
La Nochevieja se celebró por todo lo alto en el Funeral. Hubo música, baile, serpentinas, confetti, matasuegras, cava, mucho cava. La cena estuvo muy buena y nos hinchamos de turrones y dulces a granel. No faltó de nada. Luego las 12 uvas de la suerte que contribuyeron a no pocos atragantamientos sin consecuencias graves.
Esa noche la abuela estaba felíz , era la atracción de la fiesta. En cuanto entramos en la cafetería, anunció a voz en grito que la policía nos estaba investigando porque pensaban que nosotras teníamos al monstruo mordedor ¡Y se quedó tan pancha! Ni siquiera me dio tiempo a taparle esa bocaza que tiene porque, ni remotamente, pensé que haría una tontería como esa. Pero estaba equivocada porque aún hizo otra mayor. Al quitarse el abrigo ví que llevaba el termo de Pascualita. Lo había forrado con tela de lamé dorado para la ocasión.
Le dije que ese trasto no pegaba con el hermoso conjunto rojo que se había puesto para la ocasión. Me miró un momento, como dudando, después soltó: -"¡Como para hacerte caso! No tienes ni idea de lo que es la elegancia" -
En cuanto hubo soltado la noticia sus amigos la rodearon acribillándola a preguntas. ¡Estaban fascinados! sobre todo las mujeres - ¿Saldrás en el telediario? - "¡Seguro!" - Ay, que ilusión. Ponte muy guapa que te va a ver mucha gente -, - ¡Que suerte tienen algunas! . " Y no es eso todo... ¡También nos investiga un agente de la Cía!" -, - ¡Eso es muy fuerte! ¡Que envidia me das! - Llevada por el entusiasmo del éxito que estaba teniendo, sacó a Pascualita del termo y la colocó como un broche en la solapa de la blusa. Inmediatamente surgieron los comentarios - ¡Que original eres! Solo a tí se te puede ocurrir adornarte con algo tan feo ¡Y hay que ver lo bien que te sienta! - ¿Puedo tocarlo? - "No. Se mira pero no se toca" - ¿Esto es lo que muerde? - dijo una de las mujeres - "¿Esto? jajajajajaja" - salió la abuela por la tangente.
Mucho después de que dieran las 12 convencí a la abuela para que encerrara a Pasculita en el termo. Llevaba mucho tiempo respirando aire y aunque cada vez lo hace durante más tiempo (¿estará mutando?) no hay que abusar. De madrugada fue al lavabo y me dejó el termo para que se lo guardara. Una mano muy agil lo arrebató de la mesa, cuando quise darme cuenta lo único que ví fue la espalda de un vestido verde. La arrinconé contra una nevera. La mujer había destapado el termo y al ir a meter la mano Pascualita saltó como un resorte y cayó entre los turrones. Frenética, busqué entre los papeles de colores pero el bicho, escurridizo, no se dejaba atrapar. La abuela vino junto a mí - "¿Ya la has perdido?" - Me la ha quitado ésta - y señalé a la mujer de verde. La abuela se encendió - "¡es una envidiosa!" - agarró a Pascualita de la cola y haciendo un molinete, se la lanzó pero no fue en ella dónde aterrizó la sirena. La puerta del Almacén estaba abierta, dentro el dueño del Funeral colocaba botellas, agachado y dejando ver esa raja tan poco erótica del final de la espalda. ¡Ahí cayó Pascualita! Se aferró con uñas y dientes a esas carnes fofas para no caerse. El hombre, sin saber qué ocurría a su espalda, chillaba como un cerdo en sus últimos momentos de vida pero era tal el jaléo en la cafetería que nadie le oyó. En un santiamén Pascualita volvió al interior del termo con un pedacito de carne peluda entre los dientes. Afortunadamente nadie, ni la mujer de verde, borracha perdida a esas horas, se enteró de nada. Nosotras seguimos en la fiesta como si nada hubiera pasado y aún es la hora en qué el dueño del Funeral intenta explicarse qué fue lo que le atacó.
Esa noche la abuela estaba felíz , era la atracción de la fiesta. En cuanto entramos en la cafetería, anunció a voz en grito que la policía nos estaba investigando porque pensaban que nosotras teníamos al monstruo mordedor ¡Y se quedó tan pancha! Ni siquiera me dio tiempo a taparle esa bocaza que tiene porque, ni remotamente, pensé que haría una tontería como esa. Pero estaba equivocada porque aún hizo otra mayor. Al quitarse el abrigo ví que llevaba el termo de Pascualita. Lo había forrado con tela de lamé dorado para la ocasión.
Le dije que ese trasto no pegaba con el hermoso conjunto rojo que se había puesto para la ocasión. Me miró un momento, como dudando, después soltó: -"¡Como para hacerte caso! No tienes ni idea de lo que es la elegancia" -
En cuanto hubo soltado la noticia sus amigos la rodearon acribillándola a preguntas. ¡Estaban fascinados! sobre todo las mujeres - ¿Saldrás en el telediario? - "¡Seguro!" - Ay, que ilusión. Ponte muy guapa que te va a ver mucha gente -, - ¡Que suerte tienen algunas! . " Y no es eso todo... ¡También nos investiga un agente de la Cía!" -, - ¡Eso es muy fuerte! ¡Que envidia me das! - Llevada por el entusiasmo del éxito que estaba teniendo, sacó a Pascualita del termo y la colocó como un broche en la solapa de la blusa. Inmediatamente surgieron los comentarios - ¡Que original eres! Solo a tí se te puede ocurrir adornarte con algo tan feo ¡Y hay que ver lo bien que te sienta! - ¿Puedo tocarlo? - "No. Se mira pero no se toca" - ¿Esto es lo que muerde? - dijo una de las mujeres - "¿Esto? jajajajajaja" - salió la abuela por la tangente.
Mucho después de que dieran las 12 convencí a la abuela para que encerrara a Pasculita en el termo. Llevaba mucho tiempo respirando aire y aunque cada vez lo hace durante más tiempo (¿estará mutando?) no hay que abusar. De madrugada fue al lavabo y me dejó el termo para que se lo guardara. Una mano muy agil lo arrebató de la mesa, cuando quise darme cuenta lo único que ví fue la espalda de un vestido verde. La arrinconé contra una nevera. La mujer había destapado el termo y al ir a meter la mano Pascualita saltó como un resorte y cayó entre los turrones. Frenética, busqué entre los papeles de colores pero el bicho, escurridizo, no se dejaba atrapar. La abuela vino junto a mí - "¿Ya la has perdido?" - Me la ha quitado ésta - y señalé a la mujer de verde. La abuela se encendió - "¡es una envidiosa!" - agarró a Pascualita de la cola y haciendo un molinete, se la lanzó pero no fue en ella dónde aterrizó la sirena. La puerta del Almacén estaba abierta, dentro el dueño del Funeral colocaba botellas, agachado y dejando ver esa raja tan poco erótica del final de la espalda. ¡Ahí cayó Pascualita! Se aferró con uñas y dientes a esas carnes fofas para no caerse. El hombre, sin saber qué ocurría a su espalda, chillaba como un cerdo en sus últimos momentos de vida pero era tal el jaléo en la cafetería que nadie le oyó. En un santiamén Pascualita volvió al interior del termo con un pedacito de carne peluda entre los dientes. Afortunadamente nadie, ni la mujer de verde, borracha perdida a esas horas, se enteró de nada. Nosotras seguimos en la fiesta como si nada hubiera pasado y aún es la hora en qué el dueño del Funeral intenta explicarse qué fue lo que le atacó.
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