Menudo chasco me he llevado ésta mañana cuando he intentado leer el Relato que escribí anoche, mientras deba cabezadas envuelta por las volutas de un sueño acaparador.
- ¡¿Quién ha echo este desbarajuste?! (grité sin ninguna autoridad que me respaldase) Ahora entiendo las risitas burlonas que escucho desde que me he despertado ésta mañana.
Todos dieron la callada por respuesta a mi pregunta. Ni siquiera Pascualita levantó la cabeza. - A más de uno le pondré las peras a cuartos. Alguien no ha hecho bien su trabajo... ¿verdad, Relato? - Estás conmigo para relatar historias y también para corregirlas cuando veas que se van por los Cerros de Úbeda sin que tengan nada que hacer allí.
El concierto de pitos me anunció la llegada de los abuelitos. La abuela, con cara de pocos amigos, contó que, desde muy temprano su teléfono no paraba de sonar. Eran sus amigas millonetis. Todas querían alojarse en la Torre del Paseo Marítimo y ser la primera en leer tan magno texto. - ¡Soy tu amiga desde hace más tiempo! - (camelaba Veni (Venancia) a la abuela) - "Será un Asilo Amistoso (dijo ésta) ¿Cuántos días?" - ¡Hasta cansarme! - "Serán 24000 euros a la semana"
El fructífero negocio se debía al galimatías del Relato enmarañado e ilegible de ayer. Los mayordomos ingleses leían todas las mañanas a sus señoras mi Relato mientras desayunaban. Y éstas creían que, cuanto menos se entendía, más inteligente resultaba.
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