La Cotilla encontró uno de los huevecitos de casualidad porque no es muy propensa a salir al balcón. A ella le gusta escuchar los chafardeos de las vecinas en el patios de luces. Pero este día le llamó la atención que, lo que ella creyó que era un huevo de zurcir calcetines, estuviese en el suelo.
En el balcón había más. - Que raro (pensó) - Enseguida sacó su vena comercial - Los llevaré esta noche al trapicheo. A ver que tal... - Y sin encomendarse, ni a Dios ni al Diablo, guardó los huevecitos en sus bolsillos y se marchó a "limpiar los cepillos" de las iglesias.
Y como un Conjuro dura lo que dura, a éste también se le acabaron las pilas y todo volvió a la normalidad cuando, desde Mamá Huevo hasta el último huevecillo, desaparecieron por arte de Magia, nunca mejor dicho.
Hubo quien protestó ¿A quién? ¿A quién va a ser?: ¡Al maestro armero, hombre! Por ejemplo, el comensal de las treinta monedas porque, tampoco ésta vez, pudo usarlas.
Escuché la risa de mi primer abuelito: ¡Ay, Pascualita. Te has salido con la tuya! - ¿Por qué? (pregunté) - Ella sí tiene un pequeño coche huevo. Seguramente no crecerá más porque lo tiene... metido en el agua de mar de la pila de lavar. No funcionará nunca pero le hace compañía al barco hundido...
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