Cayeron cuatro gotas que apenas mojaron la acera pero el árbol de la calle, emocionado, cantó el brindis de la Traviata a pleno pulmón. Harta ya de tanto escándalo, le canté, a mi vez, Las verdades del Barquero.
El árbol me llamó de todo menos bonita y acabó diciendo que la envidia me reconcomía. - ¡Ja! Envidia ... ¿De qué? Estoy cansada de decirte que la gente de la calle no te oye. Quién te aguanta soy yo y los personajes de mi casa. - ¡¡¡MENTIRA COCHINA!!! - Hagamos la prueba. Canta y mira a la gente que pasa por la calle y luego a los personajes.
Por fin pareció entender la verdad de su situación. Las hojas del platanero perdieron su lozanía. El pobre estaba chafado. No tenía ni fuerzas para aguantar sus ramas... A medida que pasaban las horas se iba apagando. Pepe el jibarizado llegó a preguntar - OOOOOOOOOO - No creo que se muera por esto... aunque no lo tengo muy claro. (contesté)
Al día siguiente su aspecto era preocupante. Y entonces ocurrió lo inesperado. Pascualita llegó al balcón arrastrando su destartalado Coche-huevo y lo tiró a la calle, cayendo en el alcorque del árbol.
Contuvimos la respiración mientras saltaban tornillos, trozos de carrocería oxidadísima, el volante... Mi primer abuelito apareció en el aparador del comedor. Le dio tres palmaditas a la sirena. Luego me miró, ceñudo: - Aprende de ella.
¡Menudo atracón se dio el árbol de la calle!
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