jueves, 31 de diciembre de 2020

Nochevieja.

 El teléfono de la abuela no dejaba de comunicar. Insistí hasta que Geooorge, el apenas europeo, contestó. - Dile a la abuela que se ponga, plis. - Madame decir - ¡Calla la boca y dale el teléfono! (le grité, como europea que soy)

Será porque las líneas están colapsadas o vete tu a saber por qué pero la voz de la abuela salía entrecortada. Sin embargo yo me oía muy bien- ¡Feliz Nochevieja! - "¿Para eso... llamas... ¡Vieja... tú!" - Después dijo algunas "lindezas" que apenas entendí pero imaginé y colgó.

¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! ¿que vellancico se canta en Nochevieja, nena? - El que le de más rabia, Cotilla. - ¿No hay uno específico? Pues habrá que inventarlo. - A mi no me mire, A ver si se cree que el último día del año me voy a poner a pensar.

Llamaron a la puerta. Era Bedulio. - Que vengo a felicitarles el Año Nuevo. - Vale, pero no esperes aguinaldo que no está el horno para bollos. - ¡Rácanas! - ¡Ayyyyy, Bedulio de mi vida. Que bonico eres, jodío ¡Dame un besito, anda! (lo asustó la Cotilla)- ¡Quite, bicho! ¿a que la multo?

Mi primer abuelito pensó que siendo fecha tan señalada, debía participar de la "juerga" y voló por le techo de la salita despidiendo una estela de luces multicolores. No tuvo éxito porque, fue ver el alarde luminario, y tanto la Cotilla como Bedulio, se dieron de tortas para salir los primeros a la calle.

El abuelito no se dejó amilanar y voló sobre el acuario. Pascualita, encantada, saltó fuera del agua y se dispuso a seguir esa especie de arco iris, arrstrándose por el aparador. 

Les hice una foto porque estaban sembraos. Lo malo fue que no salieron en ella. El abuelito porque es incorpóreo y la sirena porque es más fea que pegarle a un padre y se rompió la cámara.

Al final tomé las uvas, atragantándome, sola y descangallada pero feliz de haber sobrevivído al criminal 2020... Mañana, cuando arranque la primera hoja del calendario nuevo, lo haré con mascarilla y tomando distancia porque, al estar curada de espanto, no me fío del 2021..., ¿qué quiere que le diga, señorita Escarlata...

¡¡¡ FELIZ AÑO NUEVO, AMIG@S. EL 2021 NOS ESPERA!!!


miércoles, 30 de diciembre de 2020

Filosofando.

 Con el paso de los años Pascualita es cada vez más terrestre. Puede estar horas fuera del agua de mar y no le pasa nada. Aunque sigue sin soportar el agua dulce y mucho me temo que, al paso que va, pronto dejará de nadar. Esto demuestra que es una luchadora nata, adaptándose a las circunstancia que le han tocado vivir desde que llegó a nuestra casa en la lata de sardinas en aceite.

¿Demuestra esto que, probablemente, haya más sirenas y sirenos, desperdigados a lo largo, ancho y hondo del Planeta?... ¡Y yo qué sé! Pero es bonito filosofar y sentirse como una Princesa de Mónaco que solo viste ropa de Chanel. ¡Yo también quiero vestir de Chanel desde que me levanto hasta que me acuesto!

Iba a tener tantos pretendientes que tendría que apartarlos a patadas para poder caminar con mis Manolos de tacón altísimo por las calles de Palma. ¡Que bonita visión!

Esta conversación, que no lleva a ninguna parte, la tuve con Pepe el jibarizado pero fue como clamar en el desierto porque ese día debía dolerle la cabeza... ¡lo único que tiene! y no estaba para filosofar!

Pascualita, que sabía que hablaba de ella, no me quitaba ojo. De vez en cuando me tiraba un buchito de agua envenenada pero sin mala intención. Por pasar el rato.

Mi primer abuelito está alicaído, nunca mejor dicho, porque al perder sus fingidas alas de servilletas rojas se sintió como si se hubiera quedado sin poderes. ¡Ya no era Peter Pan! Solo una pobre alma que vagaba por los techos de la casa de su nieta. - Hay más servilletas, abuelito. Incluso tengo unas que son rodajas de melón... ¿No te inspiran? 

El pobre, subido a la lámpara de la cocina, siente que su vida eterna se alarga hasta el infinito y más allá y que no hará el camino volando. Tendrá que cansarse, agotarse... y seguirá sin llegar a ningún sitio. 

Como tenía que sacar a Pascualita a que le diera el aire, a falta de perro que pasear, hemos ido a la Plaza de España a comprar unas pequeñas hélices luminosas que sus vendedores, chicos de la madre Africa, lanzan a las nubes con ayuda de una gomita. 

- ¡Toma, abuelito, mi regalo de Reyes! A partir de ahora vas a volar en colores, como los elefantes rosas.

Nunca pensé que le hiciera tanta ilusión. Volaba agarrado a las pequeñas hélices que dejaban una bonita estela tras ellas. Mi primer abuelito lloraba y lloraba y lloraba de emoción. Y no dejó de hacerlo hasta que inundó la casa y las lágrimas rodaron escaleras abajo donde Bedulio, que venía a entregarme una multa, las pisó, resbaló y se dio el batacazo padre. ¡Que buena foto se perdió el mundo porque no había ningún fotográfo a mano! Pero eso no quita lo artístico de la caída. Incluso aplaudí.


martes, 29 de diciembre de 2020

El Manatí.

 Después de desayunar he salido con Pascualita al balcón. Ha llovido ésta noche y el árbol de la calle estaba hecho una sopa y no de muy buen humor. - Hay nubes puñeteras que te calan hasta el último pedazo de madera. ¿No podrían ponerse un termostato y cuando basta de agua, pararse? No. Ellas van por el firmamento como cabra por rastrojo y aquí me meo y aquí no.

Al dar un paso hacia el árbol, éste gritó: - ¡Quieta, que te lo cargas! 

Quedé con la pierna en el aire. - ¿Qué pasa? - La rama más cercana me tocó la cabeza obligándome a mirar abajo. 

En un charco de lluvia había ...  un pececillo, al que casi había que mirar con lupa - Su vocecita me llegó lejana y tuve que agacharme: - Soy un mini Manatí. - ¿Manatí, tirirí? - Muy graciosa (pero no le hacía gracia) - ¿Cómo has llegado hasta aquí, Manatí? jijijijijiji - Me habían dicho que eras tonta... ¡pero no tanto!

Pascualita, asomada al escote de mi bata, una vez que consiguió enfocar bien la vista, saltó a por el esmirriado bicho. - ¡Ah! (me dije a mi misma) Tal vez a Pascualita le hace falta un Manatí jijijijiji - Perdona, ¿eres él o la? 

La sirena tocó al pececillo con sus manitas palmeadas. - ¿Importa eso? ¿Un "él" se pondría rimel en las pestañas? - ¿Por qué no? - Y una "la" ¿también? - También. 

Entonces ocurrió algo asombroso: Manatí y Pascualita se fundieron en un abrazo mientras yo seguía sin saber si era chico o chica.

Según contó después el (o la) mini Manatí, una tromba marina l@ absorbió junto con una gran cantidad de agua. - ¿No temes que te coma Pascualita? - ¡Nooo! Manatí y sirenas siempre fuímos como escama y carne.

El sol salió de repente secando los charcos de lluvia. Entonces una hojita del árbol cayó al lado del Manatí que se subió a ella, cerró los ojos y cuando los abrió ya estaba en su hábitat. Otra hojita vino a por Pascualita pero ella no se subió.

lunes, 28 de diciembre de 2020

¡¡¡Pepe!!!

 Unas manos de hielo, moviéndose sigilosamente bajo las mantas de mi cama, se cerraron en torno a mi cintura ¡y apretaron! El grito que salió de mi garganta seca, después de roncar toda la noche, movió los cimientos de la finca y de otras tres más. Después, con la voz rota, supliqué: - Abuelito, no me lleves contigo tan pronto. - ¡Jesús, María y José!

Esa voz me espabiló del todo: - ¡Cotilla! ¿qué hace en mi cuarto? - Una broma. - ¿Qué broma? - Mojarme las manos con agua fría y tocarte después. - Podría darme un colapso. - Pero ¿y lo que nos reiríamos¡ Y no mientes a tu abuelito!

Mientras desayunábamos pan tostado con cola cao, le pregunté sobre mi primer abuelito: - ¿Por qué no puedo nombrarlo? - Porque da mal fario. - ¿Por qué? - Porque sí. 

No me quedó más remedio que preguntárselo a él  en cuanto apareció sobre la lámpara de la cocina. - Siempre he pensado que tu abuela y la Cotilla, adelantaron mi viaje al Más Allá. - ¿Lo puedes demostrar? - Supongo pero ahora tengo otras cosas que hacer... - ¿Por ejemplo? - Lucir mi nuevo sudario. - Pero, bueno ¿es que estrenas cada día?

Dijo que al encargado del Más Allá, un tal Perico, le había caído en gracia y había cedido a su petición de tener un sudario nuevo porque el otro estaba hecho unos zorros. - Ahora tengo cuatro nuevos. - Pues son muy monos. - El que no pide, no mama.

La Cotilla estaba mosca. - Lo de fingir que hablas con alguien te lo podrías ahorrar. No tiene gracia. - El abuelito tiene cuatro sudarios nuev... ¡Oiga! No me deje con la palabra en la boca, jodía. 

Pascualita se asomó al borde del acuario al oir voces pero, como no vio a nadie discutiendo, en lugar de tragarse el agua envenenada, se la tiró a Pepe que, abandonado sobre la mesa de la cocina, la recibió con desagrado y gritó: - ¡¡¡JOPÉ YA, COÑE!!! - Y me quedé de piedra.

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

Comida navideña.

 - ... y el Jefe de los municipales dijo no. - La abuela, por poco se atraganta con el champañ. - "¡¿Dijo NO?! Este me va a oir. ¡Andresito, mueve tus influencias. Llama a quién tengas que llamar y procura que, antes de ésta noche, ese Jefe sea destituído a municipal raso y que la nena y la Cotilla reciban su dinerito... del que descontarán el que me darán a mi por haberlas ayudado."

El abuelito carraspeó, molesto. - Hace tiempo que no tengo influencias (se puso rojo como un tomate) - "¿Con eso me estás diciendo que no quieres ayudar a nuestra nieta y a mi amiga?" - ¿Eh?... ¡No, ni mucho menos! Es que... - "¿Estás oyendo a tu hijo?" (la abuela se dirigía a la Momia) - Ha salido a su padre. Parece que se va a comer el mundo pero se deshinfla al primer contratiempo. - ¡Mamá! - ¿Vas a dejar que mi única bisnietastra se quede sin la comisión que le corresponde?

El pobre Andresito cambió el condumio por el bebercio, apocado ante la artillería pesada de las dos mujeres más importantes de su vida. 

Quién no se perdía detalle de lo que pasaba en la mesa del comedor, era mi primer abuelito que últimamente, parecía haberse tragado el espíritu de Tarzán y las lámparas, las cortinas, los hilos de tender... se convertían, para él, en lianas.

Pascualita, que iba en plan broche en la solapa de la abuela, miraba a ambos lados tratando de sopedar a quién debía atacar primero. 

Por fin, quien abrió la boca fue Geoooorge. - Womans estar majaretas. Ser delito comisión... - Lo será en tu pueblo, inglés. Abuela, tu mayordomo te ha llamado loca. - Y sin pestañear, le dio tal pescozón al pobre que hizo palmas con las orejas. Desde ese momento, estuvo callado y bebiendo con Andresito.

Mi primer abuelito volaba por casa como una mariposita atraída por la luz. Estaba tan encantado con sus exhibiciones, que solo podía ver yo, que ahuecó los brazos, las servilletas rojas cayeron al suelo y al quedarse sin alas, él también cayó ¡dentro de la sopera! 

Mientras todos buscaban, asombrados, el por qué de las salpicaduras, yo me hacía la despistada intentando sacarme un trozo de lechuga de entre dos muelas.

 

 


sábado, 26 de diciembre de 2020

Aaaayyyyy, Cotilla.

 A pesar de ser Navidad, la Cotilla no ha parado de darme la lata hasta que me he levantado de la cama más enfadada que un mono. - ¡¿Pero que le pasa?! Es fiesta, está todo cerrado ¿por qué no me deja dormir, pesada?

- ¿Vas a desayunar? - Naturalmente. - Vale , pero no te duermas en los laureles. - ¿Quiére que me atragante? ¿Por qué no se va a trapichear y me deja en paz? - Porque no hay nadie en las calles... - ¡Por fin lo entiende! Hale, me voy a la piltra a seguir durmiendo.

La Cotilla empezó a respirar fuerte y entrecortado mientras exclamaba: - Aaaayyyy, me muerooooo... - ¿En Navidad y en mi casa, ni hablar? solo faltaría esto (dije). - Lo vas a conseguir con tu pachorra... ¡Aaaaayyyy, Señor, lo que tengo que aguantar!

Por otro lado, Pascualita estaba de uñas porque seguía en el acuario y ella está acostumbrada a ir a desayunar a la cocina pero, estaba la Cotilla allí. Histérica perdida, se entretuvo dando salos mortales y llenando de agua el suelo del comedor. - Nena, ¿no oyes chapoteos? - Eso es la cisterna del váter que no va bien.

Mientras tanto llegó mi primer abuelito en plan gracioso y empezó a dar vueltas al rededor de la lámpara del comedor. Para dar más énfasis al vuelo se colocó las servilletas rojas, imitando unas alas, bajo los sobacos. En un momento la lámpara se columpiaba hasta dar golpes en el techo, al ir y al volver de su vaivén.

Era lo que me faltaba para que mis nervios terminaran de tensarse como cuerdas de violín. Le di un empujón a la Cotilla que, boquiabierta, miraba el frenesí de la lámpara: - ¡Vámonos, Cotilla! 

Al llegar a la calle me di cuenta de que iba en pijama, bata y pantuflas pero ya no quise subir. Entonces la Cotilla, tiró de mi brazo... hasta que llegamos al cuartel de los Municipales. La vecina empujó la puerta con brío, se plantó delante del guardia del mostrador y gritó: - ¡Venimos a cobrar la comisión! - y se quedó tan ancha. Poco después salíamos de allí con cajas destempladas.

- No las encierro porque es Navidad. Hay que tener cuajo para venir a pedir una comisión por las multas que se pusieron ayer bajo su casa. ¡Hay que tener narices! ¡¡¡FUERAAAAAAAAAAAAAA!!! - gritó, fuera de sí, el Jefe de los guardias.



viernes, 25 de diciembre de 2020

¡Y mañana Navidad!

 EsToY aFóNiCa PeRdIdA. La voz me sale con altibajos, gallos, carraspera y dolor de garganta. Y todo por culpa de la Cotilla que se trajo a comer turrón a un sucedáneo del Orfeón Donostiarra.

Si para cenar fuímos dos, cumpliendo normas sanitarias, salvo los invisibles que abundan en casa, para la sobremesa llegaron los compañeros de trapicheo de la Cotilla dispuestos a dejarme sin turrón, sin chinchón y sin las sobras de la cena. 

Los oí venir de lejos, cantando y uniéndose a los villancicos del árbol de la calle. - La Tuna está haciendo un pasacalles aunque van un poco descompasados (dije inocentemente). - La vecina no abrió la boca. Cuando llamaron al interfono se levantó como si le hubiese picado una avispa y corrió a abrir.

Me ilusionó llenar el comedor de tunos. Nunca se sabe dónde puede estar el futuro padre del bisnieto de la abuela. Pero, cuando vi el panorama que entró en casa, quién no tenía ochenta años tenía setenta y nueve, se me cayó el alma a los pies.

- Pero..., pero... ¡Cotillaaaaa! - ¡Canta nena, canta, que quién canta su mal espanta! 

Con la escandalera no se oía nada, pero por el rabillo del ojo vi como Pascualita salía como una flecha, del fondo del acuario hasta su borde, con las mandíbulas preparadas para clavarlas en el infieliz que se le pusiera a tiro.

Las canciones se hilbanaban una tras otra, sin descanso. Yo gritaba: - ¡Dejad algo de turrón! ¡Callaros! - hasta que se me rompió la voz. 

Salí al balcón antes de que me estallara la cabeza. En la calle había un gentío, mirándome, con los puños levantados: Por lo visto los vecinos no eran partidarios de semejante escándalo, pero yo pensé que estaban encantados, por eso hice una gran reverencia con mi gracia innata y me llovieron desde frutas, trozos de porcella... hasta tabletas de turrón del duro... Ahora tengo más cardenales que el Papa de Roma. 

Llegó un coche de los municipales. Eran más de las diez de la noche y la gente seguía gritando en la calle. Bedulio y sus compañeros bajaron a toda prisa y se metieron en mi entrada. - ¡Ostras! Me va a multar. (pensé) - La Cotilla, al ver la expresión de mi cara, soltó un silbido arrabalero y el Orfeón, calló de repente. - La vecina solo dijo: - ¡Policía. Multa. Escondernos!

Y como por arte de mágia no quedó nadie en el comedor. Lo extraño fue que, por más que buscaron los municipales, no encontraron nada.

Al quedarme sola, tomando un ponche de chinchón por lo de la afonía, mi primer abuelito me contó que se había divertido mucho tapando con su sudario nuevo a los grupos de trapicheadores, cuando los guardias se acercaban. Incluso tapó al árbol de la calle porque fue quien cantó más fuerte.

Mientras, en la calle, los municipales multaron a todos los vecinos por no respetar el Toque de Queda.