domingo, 12 de mayo de 2024

En busca del móvil perdido...

 Salí de casa con un alegre ¡hasta luego, chicooooos! y me encontré con la cara amarilla de ojos oblicuos, del señor Li. - ¡Ostras! Un poco más y chocamos. - Yo quelel mi teléfono de alta gama que la Cotilla me bil.ló. - Sin descomponerme, dije lo más razonable: - Este es un asunto entre usted y la Cotilla, de modo que hable con ella y apáñense ... Buenos días.

El señor Li se apartó para dejarme paso e, inmediatamente, se coló en mi piso junto con varios de sus empleados.

Estaba llegando al portal de la finca cuando me silbó un oído. Si hubiese tenido orejas de elfo se me hubieran puesto tiesas ante el toque de atención. En vez de eso tuve un sobresalto (algo no va bien. Pensé)

Enseguida relacioné al señor Li con gamba gorda y a ésta con Pascualita y el pitido del oído se transformó en un repique de campanas tocando a arrebato. 

Entré zumbando en casa en el momento en que el señor Li iba a meter la mano hasta el fondo de la pila de lavar del comedor: - ¡¡¡NOOOOOOOOOOO!!!.. ¡HAY PIRAÑAS! - Como un muelle, el brazo retrocedió espantado: - ¡Mi no quelel il a agua! ¡No gustal pilañas! - Pero el dueño del brazo no estaba por la labor de hacerle caso: - ¡A mi sí gustal pilañas flitas con patatas! ¡Tú tlael a mi! (dijo el señor Li)

El pobre brazo sudaba la gota gorda mientras, milímetro a milímetro, se sumergía en la pila. Entonces ocurrieron dos cosas: Pascualita mordió, sin arrepentimiento, la mano que le presentaban en bandeja mientras la Cotilla salía de najas escalera abajo sin que nadie la viera.

Cuando los chinos salieron a la calle, el brazo herido tenía ya el volúmen de un elefante recién nacido y pesaba unos treinta kilos. Lo malo es que tendré que comprar otra botella de chinchón porque, entre todos, se bebieron una nueva que estaba de reserva.

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