En la calle pasaba algo. Se notaba por el vocerío alterado que entraba, sin pedir permiso, hasta el último rincón de mi casa.
En el balcón interrogué, sutilmente, al árbol de la calle. - ¿Qué pasa, tío? - Si miras con detenimiento, lo sabrás enseguida. - Que jodío. El "arbolito" se las quiere dar de inteligente y pone voz de bajo, profunda, como si fuese don Juan Tenorio tirándole los tejos a doña Inés.
- ¿Qué? ¿Ya sabes de qué va el enfado? - A ti te lo voy a decir (pensé) - Pero el caso es que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando el árbol. Harto de esperar me dio una pista: - Fíjate en lo que llevan en la mano.
La plebe gritaba: - ¡Prisión para el ladrón! - Y cantaba: - ¿Dónde están los calcetines? ,matarile, rile, rileeeeeee ¿Dónde están los calcetines? matarile, rile, ron ¡CHIMPON! - Me uní, entusiasmada, a la gran coral y estuve cantando a pleno pulmón.
Debajo de casa unos Municipales discutían: - ¡He dicho que no! - ¡Es una órden, Bedulio! -¡Que no quiero ir a esa casa! ¡¡¡Hay fantasmas, jopé!!! - Al levantar la cabeza me vio en el balcón y desde allí arriba pude ver como perdía el color. - Su abuelito está con ella... ¡Lo presiento! - ¡Que subas, te digo!
En ese momento, por el rabillo del ojo, vi pasar corriendo a Pompilio llevando tras de si una larguísima ristra de calcetines desparejado. ¡Ahora entendí el enfado de mis vecinos! Pompilio se había pasado siete pueblos llevándose la mitad de todos los calcetines del barrio... - ¡Eh, sinvergüenza! ¡¡¡LOS MIOS NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! - Y salí corriendo tras él.
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