jueves, 26 de septiembre de 2024

El tren.

Dormitaba en el sofá de la salita mientras un rayo de sol entró por la ventana a besarme los pies. - No puede ser (dije). Perdona pero es que me huelen los pies...Ah, que te da igual. Pues bueno, pues vale... tú mismo. - Y me regaló una quemadura de primer grado, el jodío.

Tuve que ponerme las últimas gotas del vinagre que guardaba para la ensalada, cuando se oyó el traqueteo de una locomotora viniendo a toda pastilla: - ¡¡¡PIPIIIIIIIIIIIPIIIIIIIIIIIIIIII!!! ¡CHUCUCHUCUCHUCUCHUUUUUUUUUU!

De un salto me enganché a la lámpara del techo y esperé que pasara el dichoso tren... Pero pasaron varios minutos y ni llegaba el tren ni el humo de su chimenea. 

Los brazos se alargaron tanto que quedé sentada en el sofá sin ningún inconveniente. Además, al ir por las aceras "musicales" podría fingir que tocaba al piano una nueva partitura: Las baldosas rotas: ¡clin, clan, clon, clin, clun...!

Salí al balcón a airearme ¡Y ahí estaba "el tren"!:  El árbol de la calle empleaba su bocaza de madera para imitar el ruido de un tren. - ¡¿De qué vas, Blas?! (le pregunté) - Me ha invadido la añoranza. La primera vez que me trasplantaron fue en una Estación de pueblo. Yo era un palito con cuatro hojitas. Tieso como una vara y sintiéndome importante porque los trenes me gustaron en cuanto los vi. 

- Estuve años en ese destino hasta que los profesionales de Parques y Jardines pensaron en mi para puestos de más categoría pero no tan entrañables. - El árbol me miró y dijo: - ¿Y esos brazos, nena?... ¡Que cruz tenemos contigo!

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