Unos profundos y sentidos suspiros en mitad de la noche, me despertaron. ¿De quién procedían? ¿de la Cotilla...? No, a esas horas intempestivas suele estar trapicheando por ahí.
Agucé el oído y deduje que eran de hombre: - ¿Abuelito?... - por respuesta obtuve un ronquido. No creo que sea Pompilio. Duerme con las orejas abierta para enterarse, antes que nadie, que hay un calcetín digno de ser candidato a viudo. Tampoco es él. ¿Quién queda, aparte de los comensales de la Santa Cena que siguen encerrados en el cuadro?... Hum... ¿El árbol de la calle?
Salí de puntillas al balcón después de despertar a las dos caras de la Cristalera que dormían a pierna suelta. No presté atención a la retahíla de "piropos" que coseché de ellas porque estaba segura de que el árbol de la calle tenía algo que ver con los suspiros ... ¡Y sí. Era él!
- ¿A qué viene este escándalo si puede saberse? - Mi corazón llora un amor perdido ... Aaayyy - ¡Cuenta, cuenta! (total, ya me había desvelado) - Me enamoré de una dulce florecilla que salió en mi copa. No me atreví a decírselo y cuando me decidí, ya no estaba... Aaaayyyy
¡Ostras! (pensé) ¿Cómo le digo que se la comió Pascualita?... No me atrevo, pobrecillo.
Como si la hubiese nombrado en voz alta, la medio sardina aterrizó, chorreando, en mi escote. - ¡¡¡Coooñe, que frío!!! - De otro salto prodigioso, se subió a la copa del árbol rascándola con uñas y dientes. ¡A la jodía le gustó la flor y buscaba más! Menos mal que el árbol de la calle no lo interpretó así.
Ahora llora, agradecido a la sirena que, según él, ha aparcado el sueño reparador para consolarlo en sus penas de amor.
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