Una noche, la Luna llena se vistió de rojo mientras el aullido del lobo atemorizó a los vecinos del barrio.
Fueron pocos los que sacaron la basura esa noche. La única persona que respetó las ordenanzas del Ayuntamiento fue Caperucita Roja. Ella no le temía al Lobo Feroz porque era sorda como una tapia y el aullido le entraba por una oreja y le salía por la otra.
Caperucita estaba con su abuelita como Pedro con la guitarra. Además, corría que se las pelaba. Su madre siempre la aprovisionaba de tapers llenos de cosas ricas para que, si se topaba con el Lobo, compartiesen la comida como buenos hermanos.
Pero tanto va el cántaro a la fuente que a veces se rompe. Y ocurrió que, en lugar de encontrarse con el Lobo Feroz, Caperucita se topó con Pascualita, más enfadada que un mono y se lió a mordiscos contra la Cotilla por haberle pisado su hermosa cola de sirena.
Dio la casualidad de que no le gustó nada de lo que había en los tapers y pegando una patada a la cestita la mandó a tomar viento. ¡Menuda trifulca se armó cuando la abuelita se quedó sin el queso, el pastel y la jarrita de miel! Sobretodo de esto último porque la jarrita se rompió y todos quedaron pringados.
Seguía la discusión cuando una Abeja Reina vino a fundar una nueva colmena en el árbol de la calle. - ¿Piensas quedarte aquí por la patilla, Majestad? Pues son tropecientos euros de alquiler. Que lo sepasssssss.