Estaba sentada en el comedor, pensando. Igual que hacían los personajes de casa. Al principio hubo quejas: - ¿Que qué se nos ha perdido a nosotros para dejarnos las cabezas como bombos? - No tengo práctica en ese trabajo... Uf, es complicadísimo. - Los comensales de la Santa Cena eran más expertos que los demás porque siempre estaban pensando triquiñuelas que les permitieran comer... aunque nunca sacaban nada en claro.
Las dos caras de la Cristalera empezaron protestando y acabaron como de costumbre, peleándose. Las bolas de polvo ni se inmutaron: - ¿Para qué? (dijo una) - Para ná. (le contestó otra)
La abuela colocó a la sirena en plan broche, sujeto a su blusa de Christian Dior. Lucía bonito en la seda y ocurrió en el momento en que la Cotilla, que salía de su cuarto, fue deslumbrada por un nuevo arco iris.
- ¡Caray, vaya luminaria! ¿De dónde sale? - Tardó ná y menos en encontrar el broche. - Que suerte tuviste (le dijo a la abuela rezumando envidia cochina) de cazar a Andresito después de la faena que le hicimos a tu primer marido. - ¿"A qué viene hablar de eso ahora?" - Viene a que yo tendría que tener un tanto por ciento por el trabajito... ¡Regalame el broche!
La Cotilla tiró del broche sin sospechar que la jodía de Pascualita, al verla, le arreó tal mordisco que, en un suspiro tuvo una gigantesca nariz que me rio yo de la de Pinocho.
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