Las bolas de polvo estaban extrañamente silenciosas y apelotonadas bajo el aparador. Por otro lado hacía horas que no veía a la sirena, claro que habiéndole pedido asilo familiar lo lógico era que estuviera escondida por el árbol de la calle.
La abuela aparecía en casa a cualquier hora. - "¿Qué, seguimos sin saber nada del broche brillante?" (preguntaba) - Sé lo poco que hablan de ello en los telediarios... - Después nos sentábamos a hacer conjeturas a cuenta de lo que haríamos con la joya.
- "¿Tu te la quedarías, nena?" - ¡Nooooo! A ver si la encontramos, la devolvemos y desaparece de mis sueños la dichosa guillotina. - "¿Y si te preguntan los franceses que de dónde la has sacado qué dirás: DE MI CASA?" - Claro... aunque no suena muy bien. Huy, en qué lío nos hemos metido... o NOS han metido. ¿No será cosa de la Cotilla? - "Lo pensé pero se la ve tranquila" - ¿Del señor Li? - "No"
Siempre acabábamos sin encontrar la respuesta.
De repente un pájaro grande, blanco y negro, entró por el balcón y se posó bajo el aparador. Temblando como conejos, nos acercamos al sitio, escoba y fregona en mano, para echar al pájaro de mal agüero que, batiendo las alas expulsó al montón de bolas de polvo.
Pascualita, pillada in fraganti, reaccionó tarde y la Urraca, ladrona de objetos brillantes, salió por donde había llegado con el broche francés en el pico.
Esa noche la guillotina había desaparecido.
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