En muy poco tiempo se han multiplicado los chinos de mi barrio. Salgo a la calle y me siento observada por multitud de ojos asiáticos. Resquicios de miradas que me siguen a dónde vaya. Un día lo comenté con la Cotilla. - ¿Crees que hay más? Yo no lo he notado. - Tampoco el árbol de la calle. - Tanto chino había, tanto chino hay, nena. - Los demás personajes eran del mismo parecer
Los comensales de la Santa Cena me pidieron que los llevara a la tienda del señor Li. - Hemos oído decir que tienen de todo... - Sí. - ¡Pediremos comida! - El señor Li quiere comerse a Pascualita ¡No puedo ir allí.
La noticia cayó como una bomba, - Por eso me llevo a la sirena a mi trabajo. - Se aburre mucho (mi primer abuelito apareció a dos palmos sobre el balcón) Lo sé de buena tinta. - Desapareció perdiendo, con las prisas, algunos alfileres puestos en lo que será un nuevo sudario de Paco Rabanne.
Llamaron a la puerta y me temí lo peor. Así llevo unos días. Esperando la fatídica visita: Esta vez lo fue. El señor Li me apartó de un empujón y entró hasta el comedor a paso de carga. Metió el brazo hasta el fondo de la pila de lavar y sacó, triunfante... el barco hundido ¡vacío!
- ¿Dónde estal gamba golda, boba de Colia? (eso me gustaría saber) Yo complal a ti. - Haciendo de tripas corazón, mentí como una bellaca - Tenía una que compré en el Mercado de Pere Garau y pagué carisima. La tenía en esa pila pero ayer entró un pájaro por el balcón ¡y se la comió!
Los ojos rasgados estaban clavados en mi. - Tu mentil muy mal. No tenel dinelito pala complal gambas goldas. - Me sentí ofendida y grité: - ¡Que me salga barba si miento!
Por más que la afeite no para de salir
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