En la nevera había una joya: un trozo de queso mahonés curadísimo. En cuanto lo vi, tanto Pascualita que estaba conmigo, como yo, empezamos a salivar.
El queso abrió unos ojos enormes y el aleteo de su pestañas lleno la cocina de aromas de viento, mar y sal. - ¡Hummmm, Pascualita! No vamos a dejar ni las migas. - Por una vez estuvimos de acuerdo en algo.
- ¿Pensáis comerme? - ¡Sí, señor! será un placer hacerlo. - Pascualita corroboraba lo dicho con fuertes movimientos de cabeza. - ¡Vamos allá! - Mientras transportaba el trozo de queso a la mesa de la cocina, me contó: - Una tal Cotilla me cambió por una pandereta. - Vaya. - Creo que tenía algo que hacer conmigo ésta tarde: - ¿Ah, sí? no creo que llegue a tiempo.
La sirena dio un salto espectacular, como buena atleta que es. Para mi que hizo un triatlon porque de mi hombro fue al fregadero donde había un cacharro con agua e hizo unos largos. Volvió a saltar, reptó sobre la mesa de la cocina. Saltó al suelo. Se catapultó con la cola hasta el estante donde dormitaba Pepe el jibarizado al que dio un buen susto.
Una vecina llamó a la puerta: - Nena, en la entrada de la finca hay un elefante y como los únicos raros de aquí, sois vosotros, he deducido que te gusta a ti. - En efecto, había un elefante precioso al que conozco desde hace unos años. Lo tienen de plantón en una esquina del barrio. - Pasa, elefante ¿Te gusta el queso? ¡Es mahonés! - ¡Mira, estoy salibando! - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO gritó Pepe el jibarizado. Vino a decir algo así: Se me hace la boca agua.
El queso se puso a llorar, agradecido por ser comido con veneración. - ¡Gracias! Me hacéis muy feliz.
- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! - La Cotilla me puso las peras a cuartos, abroncándome durante media hora mientras yo hacía la digestión. - ¡Vomíta el queso! (decía) - El relincho enfadado de un caballo negro como la noche, zanjó la retahíla de sandeces que soltaba la vecina - El caballo dijo: - ¡Te patearé! ¡Hay que ser muy cazurra para cambiar una joya de queso por una pandereta de plástico!
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