Llevamos unas horas esperando el cataclismo pero no ocurre nada. La Escoba y la Fregona se han erigido en una especie de UME por si hay que entrar en el cuadro de la Santa Cena a recoger... lo que quede de la sirena.
Yo entraría pero no sé por dónde. Lo único que he echo ha sido llamar a la abuela por si quiere despedirse de su amiga. ¡Me ha puesto como hoja de perejil! Luego ha ordenado a su mayordomo que ponga el rolls royce mirando para mi casa y se salte cuantas señales de tráfico sean necesarias pero tienen que llegar en un suspiro.
Y así fue. Escuché un A, luego casi de inmediato, una Y.
La abuela entró arrollando cualquier cosa que le impidiera ver a su amiga, entera.
- "¿Cómo está mi niña bonita?" - Estoy bien, gracias, abuela. - Anda, quita de en medio, boba de Coria.(ya me extrañaba a mi...) - Llegó como Anibal con sus elefantes hasta el aparador del comedor y gritó: - ¡Pascualitaaaaaaa!
La sirena escuchó la voz amiga y asomó la cara luciendo una sonrisa, que hubiese sido encantadora de no ir enganchada a la oreja de uno de los comensales de la Santa Cena. - ¡Estás viva!
No bastaron dos botellas de chichón para calmar el dolor de los comensales, cuyos enormes apéndices, deformados por los mordiscos de la incombustible sirena, no paraban de crecer.
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