Miré bajo mi cama y allí estaba el personaje con el que había soñado esa noche. Era un egipcio de los que aparecen en pinturas y relieves. - ¿Cómo has venido a parar aquí? - Por pura curiosidad. He visto un resquicio de la Historia abierto y me he colado. - Imagina que no encuentras el camino de vuelta ¿Qué harás entonces? - Trabajar de arquitecto.
Intenté explicarle que todo había cambiado mucho durante los milenios y se echó a reir. - El cambio grande vino antes de nosotros, por eso pudimos hacer las pirámides. - El árbol de la calle metió una de sus ramas por la ventana. - Encantado de conocerle señor egipcio. ¡Caray! que guapo! - Sí, somos guapos pero tu no te quedas corta. ¿Qué clase de árbol eres? - Un platanero y como de todo. Me encanta el hierro.
Se enzarzaron en una conversación técnica sobre el uso de la madera y del hierro mientras yo me aburría como una ostra. El vozarrón del árbol de la calle, cantando a plena potencia El brindis de la Traviatta, acalló la conversación.
Del cuadro de la Santa Cena salieron discusiones ruidosas: - Queremos ver al egipcio, nena (dijo el comensal de las treinta monedas)
Fue verlo y empezar a mofarse de él: - ¡Mucha pirámide pero ¿has aprendido a abrir el mar, bonito de cara? - Y cantaron a coro: - ¡Moisés, el abre-mares! ¡Igualalo si puedes, listo!
Me temí lo peor pero el egipcio ni se inmutó. Incluso llevó el ritmo con las manos. Cuando el jolgorio decreció, el personaje dijo: ¿Dónde está escrito que ocurriera ese bonito cuento? - Mientras los comensales seguían pensando, apareció una Vespa en el comedor que se llevó al egipcio antes de que se cerrara el resquicio de la Historia.
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