Desde que Pascualita vive en casa hay un objeto guardado bajo siete llaves para que no lo encuentre: Un espejo.
Las pocas veces que la sirena se encontró ante un espejo reaccionó como una fiera corrupia. Por poco me desmonta la casa. Hoy ha vuelto a pasar por no tener controlada a la medio sardina.
Al despertarme de la siesta pensé que era un buen momento para arreglarme las cejas, que llevan camino de necesitar un cortacésped. La sirena seguía durmiendo a cola abierta, en el barco hundido. Lo hubiese jurado por Snoopy. Pero estaba en mi escote.
Del cuarto de baño me llevé lo necesario, espejo incluido, sentándome luego en el balcón, encantada de la vida. A mi alrededor se colocaron unas cuantas bolas de polvo, curiosas e inquietas. La voz de Pepe el jibarizado llegó desde la cocina - OOOOOOOOOOOOOO - Y yo contesté: ¡Buenas tardes, llavero!
Poner el espejo ante mi cara y sentir como despertaban las furias del Infierno, fue todo uno. Un rugido, que para sí quisiera el león de la Metro, seguido de un misil aire-aire salido de mi escote, me recordó otros rugidos iguales y, espantada, grité: - ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! Pero la sirena ya se había visto y atacó a su supuesto enemigo.
Por precaución, dejé el espejo sobre el sofá de la salita. Todo ocurrió tan rápido que, cuando paró (gracias a una vieja manta que le tiré encima y la dejé a oscuras) me admiró que un sofá pudiera desintegrarse en tan poco tiempo y un espejo quedar echo polvo que se llevó una ráfaga de aire que, curiosa, se asomó a ver qué pasaba.
Mi primer abuelito, algo molesto, preguntó: - ¿No has oído a Pepe el jibarizado avisándote? - ¡EN TU ESCOTE! - ¿Era eso? ¡La madre que lo parió! Con lo fácil que es hablar claro...
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