La Cotilla, que regresaba a casa como todas las mañanas después del trapicheo y la "limpieza" de los cepillos de las iglesias que se adjudicó hace ya mucho tiempo, saludó como era tradicional en ella: - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! Me han contado... - ¿Quienes? - Las lenguas de doble filo... que Bedulio ha pedido una excedencia en su trabajo - ¿Y qué ha dicho su jefe? - Ha puesto el grito en el cielo y se ha acordado de TU familia.
Quedé estupefacta - ¿La mía? Que grosero el tío ¿no? ¿De qué va? ¡Ahora mismo voy a verle y le pondré las peras a cuartos! (se me empezó a calentar la sangre y me envalentoné) Menos mal que mi primer abuelito apareció sobre la vitrina del comedor diciendo: - Yo que tú, no lo haría, forastera. Es el jefe de los guardias, nena.
No hay nada como escuchar la voz de los mayores que, con su sabiduría, nos libran de tener abolladuras en el chasis corporal. - Y tienen porras. - Me costó un poco entender que no eran las del desayuno. Y ya, totalmente convencida, me quedé tan pancha en casa.
Por la tarde salí a pasear a la sirena dando una vuelta por el barrio. La tienda del señor Li estaba cerrada a cal y canto, igual que todos los comercios chinos del barrio. Se fueron a China a celebrar su Año Nuevo.
Pascualita iba asomada en el viejo termo de los chinos. Tranquila después de desfogarse con los pobres comensales. Incluso durmió un rato.
De repente sus ojos de pez cobraron vida. Ante nosotros apareció, al doblar una esquina, mi Municipal favorito: ¡Bedulio! y tuve que sujetar a la medio sardina antes de que saltara sobre él y le dejara la cabeza monda y lironda.
Afortunadamente, Bedulio no nos vió.
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