La pesada de la abuela sigue en sus trece con su idea de que debo socializar con el vecindario. - Pero si me muero de vergüenza cada vez que paso delante del bar de abajo y el dueño me dice: - Aún no has venido a tomarte el café con leche que te dije. - Lo último que le he contestado es que estoy muy atareada. - "¿Pero sabes poner cara de estar estresada sin que te de la risa?"
Han llegado las fiestas del Barrio y he pensado en ir a participar en los talleres de ball de bot, boleros y jotas mallorquinas, pero... esto tengo que ponerlo con letras mayúsculas, NO ME LLEVARE A PASCUALITA. NO SEÑOR.
Una vez decidida a ir, todo fueron nervios e ilusión. Buscaría compañeros de baile para ir tanteando si, alguno de ellos, servía para padre del bisnieto de la abuela. En el mercadillo de ropa del Mercado de Pere Garau compré ropa para la fiesta. Pagué y me llevé un montón de vestidos, blusas, pantalones... Tuve que ir dos veces porque, al probarme la ropa en casa, la mitad de las cosas eran estrechas. La otra mitad me estaba enorme. Como allí no hay espejo, no tomé mis medidas, me las imaginé y en mi cabeza me veía perfecta.
Llegó la tarde deseada. Saludé a cuanto conocí y a muchos más. Todos podían ser candidatos pero, a la hora del baile, no salió como esperaba. En mi sitio se juntaron ciento y la madre. Puse los brazos en jarras, haciendo de mis codos arietes perfectos para tener a la gente a raya. Pero no contaba con las mujeres mayores que, muy amablemente, me dejaron fuera del círculo: - A ver, moneta, vete un poquito para allá. - Del otro lado también atacaban con su sonrisa y su saber infiltrarse ante viento o marea. Me quedé con los brazos en jarras y fuera del círculo. - Nenaaa, levanta el brazo, mona, que es más bonito, pero.
Total, intenté bailar. Juro que lo intenté. Lo que aún no sé es cómo no lo logré.
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