Ahora resulta que todo bicho viviente que habita en mi casa, tiene un "lugar propio" donde dormir. Hasta ahora esto era cosa de dos, la Cotilla y yo pero, desde que la abuela y Andresito se han instalado, por t'ol morro, nadie quiere ser menos.
El caso es que, en cuanto anochece, en casa hay un trajín de bolas de polvo, Pompilio, las ramas del árbol de la calle intentando entrar por las ventanas. Los comensales de la Santa Cena, en cuyo cuadro todos tienen asignados sus sitios, pierden el culillo por sentarse en el primer sitio que cogen en alguno de los dos bancos que hay.
Pepe el jibarizado está histérico porque nadie le ayuda a cambiar de sitio cuando él sabe, gracias al movimiento rotatorio de su ojo-catalejo, que a veces hay huecos para tenderse fuera de la cocina.
Yo misma he tenido que sentarme en el suelo porque, o bien Andresito o la abuela, tienen que estar cómodos (dicen) porque son personas mayores (¡para eso sí!)
Esta mañana me ha despertado la sensación de ¡no estar sola en mi cama! - ¿Quién anda ahí? - Un ronquido profundo bastó para convencerme de que estaba en lo cierto.
Al tener tanta gente en casa decidí guardar a Pascualita en mi cuarto. Allí solo entro yo ... hasta ahora. Rápida como un rayo, cogí a la sirena y la lancé hacia donde sonó el ronquido ¡Y di en el blanco!
A la hora de desayunar comprobé, encantada, que Georrrrrge el mayordomo inglés de la abuela, caminaba con dificultad a fin de evitar pisarse la oreja derecha ... jijiji.
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