Mi primer abuelito apareció en casa sobre el dintel de la puerta de la despensa con un sudario espectacular. Echaba lenguas de fuego dispuestas a quemarlo todo como si estuviéramos en la antigua Roma. Inmediatamente chorros de colonia acababan, de inmediato, con las llamas y aromatizaban el ambiente.
En cuanto lo vi me desasosegó - ¡Quítatelo, abuelito! ¡El fuego me da miedo! - No pasa nada, tontita. ¿No ves que no es de verdad? - Entonces se escuchó la voz de Pepe el jibarizado. Al pobre le dio un soponcio cuando vio llamas a su lado y se desmayó, a pesar de haber sido el guerrero más valiente de su tribu antes de que lo metieran en la olla de la sopa: OOO... OOO... OOO...
Mi primer abuelito no se hizo repetir mi orden y en un plís plás se quedó como lo trajo su madre al mundo (o sea, mi otra abuela, la paterna)
Junto a la Cristalera se congregaron todos los personajes de casa. algun@s silbaron alborozad@s Pascualita fue una de ellas. Otr@s silbaron. Hubo comentarios en tono subido... A todo esto, el abuelito se dejaba querer: ¡Tío buenooooooooo!
- ¿A qué viene éste jolgorio? - preguntó el árbol de la calle. - A que el abuelito se ha quitado el sudario... y... ¡Un momento! (dije, escamada) ¿Que llevas... bajo el sudario...? - ¡Nada! - Ay Dios, mío - Nena, en mi caso, nada quiere decir... ¡NADA DE NADA!
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