Hace tiempo que se marchó la Esfinge y todavía me pregunto ¿cómo lo hizo para caber en el rellano de la escalera? Tendría que haberle preguntado pero, debo reconocer, que tener delante una leona de semejante tamaño, impone mucho.
Se ha ido pero nos ha dejado el calor del desierto de Egipto. Me di cuenta en cuanto se dio la vuelta. Y le grité: - ¡Oiga, oiga! pero como es tan larga, cuando mi voz llegaba a la altura de sus orejas ya hacía un rato que éstas habían pasado. Y no me oía.
Buscando un poco de consuelo, he puesto la tele en busca de piscinas y playas que refrescaran el ambiente pero todo era fuego. España arde por los cuatro costado. Arde porque la queman. En éstos casos suele haber manos que cargan garrafas de gasolina.
Las bolas de polvo, aterradas, pedían agua desde los bajos del aparador donde se escondieron para que no las descubriera el fuego. La Fregona vació un cubo de agua encima de ellas. Y Pascualita, sin miedo a que la vieran, vació la pila de lavar a base de saltos mortales.
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