- ¡Tengo que esconder a Pascualita! Una vez que el señor Li le ha puesto el ojo encima, corre peligro. Ella está tan pancha, saltando dentro de la taza de Cola cao que es su modo, peculiar de desayunar. Le da lo mismo que el señor Li sepa que existe. Confía, creo yo, en su dentadura de tiburón y su saliva venenosa pero no estoy tranquila. Ella es el nexo que une la Prepreprepreprepreprepreprehistoria con la Historia.
Es un ejemplar único que hay que preservar, a pesar de su mal carácter. He pensado ponerle un vigilante al señor Li para que no vaya a cogerme desprevenida y se lleve a la sirena. ¿Y quién mejor para ello que Pepe el jibarizado?
Cuando lo he propuesto a los personajes les ha dado un ataque de risa. Una hora después del despliegue de gritos, silbidos, aplausos y zapateados, se hizo el silencio en casa. El comensal de las treinta monedas de la Santa Cena, mirándome con el ceño fruncido, ha dicho: - ¿En serio, boba de Coria? ¿Ese llavero mordisqueado? ¡¿Y YO?!... Y así pasó con el resto de la tropa. Que mala es la envidia
Estábamos en plena discusión cuando escuché: - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! Cualquiera diría al verte que estás dando un mitin, nena jajajajaja - La Cotilla llegó en plena discusión y tuve que disimular aunque no pudiera, ni verlos ni oírlos. - Con el susto que me ha dado, casi se me cae el llavero... - ¿Aún tienes esa porquería? - En dos zancadas llegó hasta mi. Cogió a Pepe el jibarizado y lanzó a la pobre cabeza hueca, al cubo de la basura.
En cuanto se encerró en su cuarto recuperé a Pepe el jibarizado. Lo coloqué en el balcón y dándole un golpecito, le dije: - ¡Hale, a trabajar! - Y no he visto nunca un llavero más feliz.