Bedulio llamó al interfono. - Abre, boba de Coria, que te traigo una multa de las gordas. - Vale, te abro pero recuerda que mi primer abuelito está conmigo. - ¡Ya estamos!... Mejor te la dejo en el ascensor y tu ya la cogerás.
- ¡No te vayas! Dime a santo de qué es la multa - Te ha denunciado el Obispo... - ¡Jopé! - por el grito del otro día. La vibración se ha cargado dos vitrales y abrió una raja que va a lo largo del gran rosetón y ... - ¡Para, para! Yo no he sido. Si tengo la voz de grillo. - Todos los vecinos del barrio la han reconocido... yo también.
La conversación a través del interfono se convirtió en un toma y daca entre el "yo no fui" y el "tú fuiste".
Poco a poco la entrada de la finca se fue llenando de vecinos jubilados que daban sus opiniones en voz alta. La cosa se fue calentando y más de uno se llevó un garrotazo. La Escandalera estaba a sus anchas subiendo por el hueco de la escalera hasta la azotea donde, dos vecinas que tendían sus coladas también opinaron y acabaron tirándose de los pelos.
A todo ésto, la multa estaba en el ascensor y nadie se digno cogerla por si se le pegaba en la mano y luego a ver cómo demuestras que no es tuya.
Yo no me asomé al descansillo por si las moscas. Los personajes de casa me daban ánimos. - No te preocupes que al final, aunque pagues, saldrás ganando tú. A ver ¿cuántos de tus vecinos y vecinas han recibido algo del Obispo? Nadie... ¡N.A.D.I.E! ¡Solo tú! ¡La nena! ¡La envidiada! ¡¡¡OEOEOEOEOEOEOEOEOEOEOEOEOE!!!
Al final acabé bailando la Raspa, más contenta que unas Pascuas.
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