Cuando Pascualita mordió a la orca, ésta explotó. Tal como lo cuento. Hubo orca por todo. Estalló como cuando pinchamos un globo. Y pasaron varias cosas: hubo estupor y asco entre la gente que mirábamos el espectáculo. Unos gritaron: - ¡TONGO, TONGOOOO! - Otros pedían la devolución del dinero de las entradas. Algunos aprovecharon para meter trozos de orca en los tapers de la merienda y hacerse luego, en sus casas, unos marmitakos... de orca.
Y a todo ésto ¿dónde estaba Pascualita? ... ¿Y las otras orcas? - Las vi salir huyendo como conejos, saltando de piscina en piscina hasta llegar a la playa cercana y de ahí ¡al mar!
Debía encontrar a la sirena porque, si entraba en el mar, no volvería a verla. Se escondería en las simas abisales más profundas y la abuela me culparía de sus renovados ataques de asma por perder a su "talisman acuático" De ahí a borrarme de su testamento solo hay un paso y entonces la Torre del Paseo Marítimo nunca sería mía.
Tenía que encontrarla sin falta, por eso me lancé a la piscina del "orcacidio" haciendo de tripas, corazón.
Me era imposible ver nada así que empleé el tacto. Toqué aquí y allá, aparté trozos de a saber a qué parte del cuerpo del cetáceo pertenecían.
Aquello era más difícil que encontrar la dichosa aguja en el pajar pero, cuando menos lo esperaba ¡me encontró a mi!... Sus dientes de tiburón se clavaron en mi mano derecha como quien se agarra a un clavo ardiendo.
Ahora mi mano ocupa medio autobús de línea. Los chóferes, cuando me ven, se hacen los longuis y no se paran para que yo suba... Por cierto, aún me quedan trozos de orca a pesar de lo mucho que se ha ido llevando la Cotilla para sus trapicheos.... ¿Alguien quiere?
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